INQUIETUDES DE UN EUROPEO

La deuda de Europa con África

Los países europeos han de ‘volver’ al continente africano, al menos con un espíritu reparador

Francesc Michavila

Francesc Michavila

En mis últimos cursos como docente, un pequeño grupo de alumnos africanos, procedentes de Guinea Ecuatorial, asistieron a mis clases de matemática numérica. Movido quizás por cierta visión eurocentrista, cuesta a veces desprenderse de ella, pensaba en el posterior retorno de esos estudiantes a su tierra, y las posibles dificultades que tendrían para readaptarse a un contexto que tanto se alejaba del que disfrutaban en España.

En tales reflexiones llegaba a la conclusión, tras leer la prensa, que la vida en los países africanos ya no interesa a los europeos. Merecen nuestra atención América y Asia, cada país por un motivo, unos por razones económicas y el flujo de capitales, otros por asuntos comerciales, y otros por sus reservas petrolíferas. Pero África, desde su descolonización, apenas llama la atención de los europeos, más allá de sus desgracias, por catástrofes naturales o por las hambrunas reflejadas en las caras famélicas de los niños, cuando no por el miedo ante la expansión por tierras africanas de fundamentalismos islamistas.

Europa tiene una deuda con África, humana y material.umana por lo que supuso el abominable tiempo de la esclavitud casi 300 años. Material, por los posteriores 200 años de saqueo de sus riquezas naturales mediante la colonización por potencias europeas. No cabe dudar de tal compromiso ni mirar hacia otro lado ahora que, por la guerra en Ucrania, se agravan sus dramáticos problemas alimentarios. En el Fórum de París por la Paz del 11 de noviembre, David Beasley, director ejecutivo del Programa alimentario mundial, afirmó que nos hallamos ante la peor crisis alimentaria desde la Segunda Guerra Mundial. El hambre arrasa países africanos como Somalia, Etiopía y Sudán del Sur.

La explotación de África a manos europeas se remonta al siglo XVI, con el tráfico de esclavos por parte de españoles y portugueses hacia sus colonias del Nuevo Mundo. Un mal ejemplo que siguieron franceses y británicos, y llegó al cenit de la barbarie criminal con el genocidio promovido por el rey belga Leopoldo II en el Congo, su propiedad personal, con la muerte de diez millones de congoleños.asta la primera mitad del siglo XIX no se empezó a abolir la esclavitud, fue Portugal el primer país en hacerlo, para generalizarse su eliminación en 1848.

No solo perdieron sus vidas y su libertad como esclavos sino que, a continuación, les esquilmaron sus riquezas naturales para satisfacer las necesidades crecientes de materias primas demandadas por la revolución industrial, desde comienzos del siglo XIX. Importantes y abundantes minas de minerales valiosos para fabricar maquinarias con las que aumentaron su producción, o construyeron bellas edificaciones, o extrajeron piedras preciosas con las que exhibir riqueza, lujo y, a la vez, sirvieron para amasar fortunas.

El atraso, el tribalismo y una existencia ajena a cualquier avance tecnológico hicieron de los africanos seres sumisos, incapaces de proteger sus territorios de la rapiña colonizadora. El proceso de colonización de territorios africanos por las potencias europeas fue muy rápido. Si la Conferencia de Berlín de 1884-1885 estableció cómo sería el reparto, en 1914 quedaban solo dos países en África sin ocupar: Etiopía y Liberia. Francia y el Reino Unido fueron, con mucho, los principales ocupantes, aunque de manera diferente. Francia, acaso porque se interesaron por las tierra ribereñas del Mediterráneo, Argelia, Marruecos y Túnez, además de colonizadores pretendieron completar su dominio con tareas educadoras y de influencia cultural. Uno de sus resultados fue la Agencia Universitaria de la Francofonía, cuya labor académica sigue siendo bien apreciada. El Reino Unido se interesó, casi exclusivamente, por el comercio de las abundantes materias primas expoliadas, si bien dejaron su lengua, el principal modo de comunicarse hoy en el mundo.

El caso español fue singular. Más allá de sus colonias del Sáhara Occidental, con la mayor mina de fosfatos del mundo, Ifni y Guinea Ecuatorial, centró su interés en el Protectorado de Marruecos, donde se vio envuelta en una permanente guerra con resultados poco gloriosos, como el desastre de El Annual. El Ejército protegió los negocios de los dueños de la Compañía Española de las Minas del Rif (entre sus accionistas, Romanones y Alfonso XIII). Tal mezcla de los intereses públicos con los privados originó un pozo de corrupción sin fondo, como lo califica Joaquín Armada en un artículo. Ya Unamuno culpó de la debacle marroquí a la camarilla real y pidió que se juzgara a «aquel que la Constitución hacía irresponsable». También Blasco Ibáñez, desde su exilio en París, se sumó a la denuncia unamuniana, con abundantes datos expuestos con su elocuencia literaria.

La deuda de Europa con África se funda en un comportamiento coherente con los valores europeos, como la democracia y la fraternidad, la dignidad y los derechos humanos, y en los propios intereses estratégicos de la Unión Europea. Por su desinterés y paulatino abandono, a las antiguas potencias colonizadoras las están reemplazando China y Rusia, que extienden su influencia mediante ayudas económicas y armas para la protección de sus dirigentes autocráticos, convertidos en fieles servidores de los nuevos amos.

La UE no puede seguir con apatía un asunto tan crucial, por razones de humanidad y de reparación de los abusos pasados. Se podrá argüir que el momento actual no es propicio por las turbulencias económicas creadas por la guerra en Ucrania, pero ello no exime la deuda moral y los países europeos han de volver a África, al menos con espíritu reparador. A corto plazo, la prioridad es ayudar a que los pueblos africanos superen la hambruna y se atiendan sus dramáticas necesidades, que no son menos prioritarias que financiar el coste ocasionado por el suministro de armas a Ucrania para su defensa.

*Hijo Predilecto de Castelló y rector honorario de la Universitat Jaume I

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