A través de la exposición "Viral", el Museu de les Arts i les Ciències de València descubre a sus visitantes las múltiples facetas del contagio y cómo funciona y afecta al ser humano. La muestra interactiva aborda dicha problemática desde la perspectiva de la biología, la epidemiología, la psicología, las ciencias sociales, y hasta internet y sus redes. Por qué se extienden y se imitan la risa y los bostezos es la pregunta que intenta responder esta cita que, con parecer exclusiva para científicos, atiende a las curiosidades de lo cotidiano.
Escribía la semana pasada que veía a la afición del CD Castellón reflejada en el espejo de la reacción por la participación de la selección española en el Mundial, dados los vaivenes emocionales que provocan sus respectivos triunfos y tropiezos. Y me quedé corto. El paralelismo todavía va más allá, y las críticas al entrenador --a ambos-- no son más que fiel consecuencia de los resultados, que en un caso deriva en la salida del Mundial por la puerta falsa y, en otro, la pérdida de la cómoda ventaja que sostenía nuestras aspiraciones de ascenso. Y, centrados en nuestro caso, sembrando además el árbol de las decisiones arbitrales, una recurrente coartada tras la que esconder el frondoso bosque de la impericia y falta de argumentos del equipo.
Como hiciera Luis Enrique tras el estrepitoso fracaso de Qatar, nos dejamos llevar en la búsqueda de culpables externos, el miércoles, primero, y el sábado después, abrazando con interesada y forzada convicción la vía de la injusticia arbitral. Con ser cierta la influencia de aquellos errores en los respectivos resultados, no lo fueron menos que los propios. La no expulsión de un rival y el derribo en el área de Jeremy, como el gol anulado a Kocho y el penalti no cobrado sobre Koné, no pueden ser el justificante principal de aquella derrota y el posterior empate, máxime contra sendos equipos, Numancia y Calahorra, cuya clasificación debiera ser un acicate para mejorar la nuestra en vez de una anestesia colectiva. Solo confío en que el siguiente paso de tan pernicioso contagio no sea propagar la teoría de la conspiración y hasta el demagógico origen de su patrocinio.
El liderato se defiende todos los partidos, con la humildad y sacrificio que nadie puede negar a toda la plantilla albinegra. Mas, ha quedado de manifiesto que la calidad individual y el juego de apoyo se resienten demasiado con determinadas ausencias, hasta aflorar más limitaciones de lo que cabría esperar en un candidato al ascenso. Con una diferencia más holgada en el marcador, esos errores arbitrales hubieran sido meras anécdotas dentro de una crónica de euforia y regodeo, e incluso quedaría en el limbo la ausencia de recursos tácticos, que esa es otra, aguantar el miércoles más de media hora calentando a un pasador --Pablo Hernández-- y a un rematador --David Cubillas-- para esperar que resuelvan en apenas un suspiro el desaguisado de los 90 minutos previos. Claro está, no tuvieron tiempo ni para intentarlo.
Al cabo de 38 jornadas de competición, los fallos arbitrales suelen repartirse, a favor y en contra, con mucho más equilibrio que las veleidades del balón. Convertir al árbitro en el culpable, y hacerlo público como ha hecho Rubén Torrecilla, suele generar una factura muy cara. Mejor le iría al entrenador callando opiniones y reconsiderando algunas decisiones técnicas y no cometer la insensatez de, además, proclamar que volvería a decir y hacer lo mismo. Porque yo, al menos, no estoy dispuesto a dejarme contagiar de su suicidio.
Fue bonito dejarnos llevar por la risa y la alegría en el graderío varias semanas, no tanto sucumbir al bostezo general de los últimos partidos. Es el riesgo de los contagios. Y bastante tenemos con aguantar en el palco el virus de los inútiles en nómina como para pensar que ya se ha propagado al banquillo.