Carta del obispo

Dios nace para todos

CASIMIRO López Llorente*

En una semana celebramos Navidad. Esta fiesta está hoy en general marcada por el consumo y la indiferencia religiosa. Se oculta su sentido propio en tarjetas o adornos, se excluye de espacios públicos el belén y se intenta darle otro significado. Este ambiente consumista y neopagano va haciendo mella también en los cristianos; muchos van olvidando lo nuclear de esta fiesta grande y hermosa.

En Navidad, no lo olvidemos, celebramos el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. En Jesús, Dios se hace hombre, asume nuestra propia naturaleza humana, entra en nuestra historia. Él es el Emmanuel, es el Dios-con-nosotros. Dios mismo viene a habitar entre nosotros. Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser hijo de Dios. La promesa anunciada por los profetas y esperada por hombres y mujeres de buena voluntad se cumple: Dios se hace carne en Jesús para llegar hasta el ser humano. Y lo hace por amor a todos, sin exclusión alguna.

Ese niño débil y pobre, que nace en Belén, es Dios. Ese niño trae la Salvación al mundo. Nace para traer alegría, esperanza, consuelo, vida, justicia, verdad y paz. Ese niño es Dios que viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz, de la libertad verdadera y de la felicidad plena. Los ángeles anuncian el nacimiento del niño a los pastores como "una gran alegría para todo el pueblo" (Lc 2, 10). Alegría, a pesar de la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo o la hostilidad del poder.

Celebrar la Navidad de verdad es acoger el amor cercano de Dios y llevarlo a todos, especialmente a los más pobres. Es luchar para que todo hombre y toda mujer puedan vivir con la dignidad de hijos de Dios. Es comprometerse con toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Es extender la mano para levantar al caído y acercarse al que sufre soledad, pobreza, paro o marginación. Es enfrentarse a la mentira que degrada y destruye. Es dar razones para vivir, esperar y amar.

Obispo de Segorbe-Castellón

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