VIVIR ES SER OTRO

De rutinas y hombres

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Decía Georges Simenon, el genial y muy prolífico escritor belga, que su proceso de escritura estaba lleno de rutinas. Gracias a ellas obtenía tiempo para dedicarlo a sus aficiones. Era muy curioso este hombre; su vida supera, por la parte estrambótica, a casi todas sus novelas, y eso que escribía policíaca llena de asesinatos. El creador del inspector Maigret creaba sus novelas con una rapidez casi increíble, solo superada por Marcial Lafuente Estefanía, aunque la calidad literaria de uno y otro era tan distinta como la velocidad de los caballos indios y los del Séptimo de Caballería. A Simenon le gustaba acabar pronto sus obras y poder dedicarse a otras actividades, a la vida nocturna y a cortejar mujeres --según sus propias palabras, necesitaba conocerlas con la «máxima intimidad» para poder crear personajes femeninos verosímiles--. 

La literatura, sobre todo las novelas negras, suponían su sustento; cuántas más escribía, cuánto menos le costaba crear cada una, mayor rentabilidad lograba. Así que se llenó de manías: alinear sus pipas de fumar, permanecer encerrado en sesiones de hasta doce horas, imponerse ritmos de tecleo en la máquina de escribir… Todo con el objetivo de acabar cuanto antes y luego recorrer la noche allá donde se hallara para «investigar» a jovencitas, prostitutas, señoras casadas y cualquier falda que se le pusiera a tiro. Afirmaba haberse acostado con treinta mil mujeres y solo rebajó la cifra a la mitad cuando le demostraron que la estadística lo volvía inverosímil. 

Pero yo he venido aquí a hablar de las rutinas y no de la vida sexual de Simenon --esto es solo una columna, incapaz de albergar ni una ínfima parte de sus azares amorosos--. Y es que, aunque parezca que debería ser al contrario, las pequeñas manías, los rituales, provocan efectos benéficos en la productividad, en el equilibrio mental. Además, ayudan a evitar distracciones y focalizarse en las tareas.

Desde hace un tiempo disfruto de dos rutinas que me ayudan a sentirme mejor, más vivo, incluso diría que ralentizan el tiempo y me permiten disfrutar más de la vida.

Una es la escritura de esta columna, que entrego todos los miércoles. La otra es un diario personal. No diría que ambas actividades mejoren mi comprensión del mundo, pero sí me dan una pauta de diferente mesura que me beneficia. Cada una a su ritmo, aunque invierto un ratito todos los días en ambas.

Una página cada día

El diario lo llevo desde hace unos años. Apenas falto a él; aunque tenga poco que decir lleno una página mínimo cada día, sin saltarme apenas ninguno --mi récord son más de seiscientos consecutivos--. Resulta curioso porque el diario está hecho para que no lo lea nadie, salvo alguna excepción ni yo mismo lo reviso. Antes de escribir estos artículos pensaba que seguía esa rutina sin problemas precisamente por eso, por la libertad que otorga el carecer de lectores. Sin embargo, me provoca sensaciones igualmente positivas esta columna que es justo lo contrario: cuando la escribo sé que me leerá gente, mucha. Más de la que pensaba al principio cuando empecé.

Supongo que los efectos positivos de la escritura, al menos en mi caso y contrariamente a lo que creía, no dependen de ser leído o no. De hecho, antes de escribir aquí yo no usaba las redes sociales para expresar mis opiniones, como tantos otros hacen. Siempre me ha interesado más conocer qué piensan los demás que hacer proselitismo de mis convicciones. Quizá por eso, aunque suene extraño, la escritura de estos artículos me resulta tan gratificante. O puede que los sea por su carácter rutinario.

Editor de La Pajarita Roja

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