Inquietudes de un europeo

Deseos para un año impar

Creo en el desarrollo práctico por la Comisión Europea del concepto de la ‘Europa que protege’

francesc Michavila

En Francia, con la llegada de un nuevo año, la formulación de los Voeux que se dirigen unas personas a otras adquiere un tono solemne. No es una expresión breve para desear de manera genérica felicidad en los meses venideros, unas palabras rituales pronunciadas a menudo por simple cortesía, ni son una rutina que se une al saludo a conocidos o familiares en los días de tránsito de un año al siguiente. Los Voeux de los franceses por el fin de año constituyen habitualmente un enunciado de deseos a los que acompañan comentarios explicativos sobre sus motivos.

Haciendo mío ese hábito de nuestros vecinos, ¿cuáles pueden ser los sentimientos que afloran al encarar este futuro recién estrenado? No me cabe duda alguna en situar a la Paz en Ucrania antes que ningún otro. Por razones de humanidad, los sufrimientos diarios de los habitantes de Kiev, Járkov y tantas otras poblaciones que nos muestran las televisiones, desgarrados por el dolor y las crecientes dificultades para subsistir. Por la defensa de la causa de la libertad, sin la cual nada tiene sentido, y el rechazo de la imposición de la voluntad totalitaria de un autócrata con ansias imperialistas. También, por la parálisis que la invasión rusa está generando en el progreso del proyecto de convivencia y paz que constituye la Unión Europea. En la paz está fundada la unificación de los europeos desde hace más de doscientos años. La paz fue su razón de ser, su fin principal, como la entendieron en 1950 Schuman y Monnet. O Immanuel Kant, con su obra Sobre la Paz Perpetua como precursora del movimiento europeísta. Por ello, la paz es el deseo más ferviente para este año impar que acaba de comenzar.

Pero paz no es sometimiento, ni claudicación ante la barbarie de cualquier déspota. No hay excusa para no defender a un pueblo agredido, aunque no se trate de un miembro de nuestra Unión Europea. No cabe mirar hacia otro lado, ni justificar el hecho como un conflicto entre dos pueblos eslavos que durante gran parte de su historia han permanecido unidos, en la Gran Rusia y en la Unión Soviética. No es una contradicción del espíritu pacifico del movimiento europeísta que se suministren armas a Ucrania para su defensa. Tal determinación recuerda el pensamiento atribuido a Julio César, de que, si quieres la paz, prepárate para la guerra, aunque en realidad esa sentencia se deba a otro romano del siglo IV d.C., Flavio Vegecio, quien escribió: «Igitur qui desiderat pacem, praeparat bellum».

Las posiciones transigentes frente a quienes pretender imponer su voluntad por la fuerza tiene un alto precio, como comprobó la Europa atemorizada de 1938 ante el poderío y la brutalidad de nazis y fascistas. La claudicación de los jefes de los gobiernos británico y francés, Neville Chamberlain y Édouard Daladier, ante Hitler y Mussolini en Munich es un caso paradigmático de sus nefastas consecuencias. La entrega de los Sudetes al Reich alemán tiene no poco parecido con los actuales territorios de Ucrania reclamados por el dirigente ruso. Los Sudetes eran mayoritariamente de origen alemán, la del Dombás y de Crimea lo son de origen ruso. Cuando Chamberlain y Daladier regresaron a Londres y París fueron recibidos como héroes: pensaban que habían salvado la paz. A los pocos meses, toda Europa vio el inmenso error que habían cometido el británico y el francés.

Un segundo deseo compartido por los habitantes de la Unión Europea para 2023 consistiría en la recuperación del horizonte de 2018, al menos. La recuperación de un modo tranquilo de existencia, por consiguiente, con mayor tranquilidad que el convulso presente, con estabilidad financiera, mejora de la situación económica y pleno desarrollo de los valores de convivencia que habían hecho ejemplar a nuestra Unión a principios del siglo actual. En definitiva, una vida en común confortable, y tan añorada.

El control de la inflación, la reducción de la deuda pública, el alejamiento definitivo de una pandemia que dura demasiado; el distanciamiento temporal del trauma que supuso el Brexit, una prueba más del difícil encaje de los anhelos europeos y los británicos, cuyo efecto se puede dar por amortizado; la introducción de una política energética que no vaya de improvisación en improvisación, sujeta a intereses ajenos a los europeos…Todo esto forma parte del deseo de la prosperidad de nosotros, los europeos. Para ese futuro deseado quedan deberes que cumplir sin excusa ni dilación, como es el diseño e implantación de una Política de Defensa de la Unión Europea, propia e independiente, y la lucha contra la contaminación, la generalización del uso de las energías renovables o limpias y las transformaciones que contempla el Pacto Verde Europeo, aprobado en enero de 2020. Todo un canto a la principal arma en manos europeas: la confianza en la investigación científica como base de la Europa del Conocimiento. La mejor arma para defender la paz.

Un hueco entre los deseos renovados en este 2023 debería encontrarse para que los dirigentes mundiales, por su propia voluntad o a causa de grandes movimientos ciudadanos, iniciasen una revisión profunda del comportamiento del comercio global, de sus reglas, con nuevas normas universales que protejan a los más humildes de la explotación que sufren. Algunos hablan de un nuevo periodo de desglobalización. A mí me suena a una nueva forma de la vieja retórica; en cambio, sí que creo en el desarrollo práctico por la Comisión Europea del concepto de la Europa que protege.

Con las lecciones aprendidas recientemente sobre la fragilidad de Europa si está desunida, quizás haya llegado el momento de aumentar las competencias comunitarias en detrimento de aquellas cuyo sentido nacional ha quedado devaluado. Acaso sea procedente la coexistencia de un núcleo de países que compartan esa mayor integración –a modo de la actual zona euro-- con otro grupo de evolución más lenta.

Hijo Predilecto de Castelló y rector honorario de la Universitat Jaume I

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