VIVIR ES SER OTRO

Asedio

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Comandancia general de Aragón, Valencia y Murcia. Voy a vanguardia del ejército del rey nuestro señor con mi división, y le prevengo, estoy decidido a atacar ese pueblo. Si V. quiere aprovechar los momentos críticos y cortos de evadirse del golpe fatal, a que se harán acreedores con la resistencia, espero por momentos su contestación. Advierto a V. que no perdonaré medio alguno para desalojarles, aunque sea preciso quemar toda la población. Dios guarde a V. muchos años. Cuartel general de Cabanes 6 de julio de 1837. El general, Ramón Cabrera. Sr. D. Antonio de Vera, alcalde mayor de Castellón».

Esa fue la amenaza, por carta, del Tigre del Maestrazgo a la capital de la provincia. Nada menos que quemar toda la población si no se rendía. Y no, no se rindió. Marchaba el líder carlista hacia la conquista de Madrid, a dar un puñetazo sobre la mesa y acabar con la guerra civil, la primera del siglo XIX y lo que podríamos considerar el germen de las distintas contiendas internas que, poco a poco, fueron destruyendo a nuestro país.

Don Antonio de Vera se mantuvo firme. No claudicó. Desconozco los pormenores de la situación. Quizá había motivos sobrados para hacerse fuerte. Puede que la amenaza se sintiese como una mera baladronada, pero a mí me impresiona. «No perdonaré medio alguno para desalojarles». Se dispusiese o no de una guarnición adecuada, defender la ciudad en esa posición, ante un hombre al que le habían matado a la madre, lo más sagrado del mundo, y que no perdonó la vida de su novia, acusada de realista, parece una actitud heroica que, lamentablemente, hemos olvidado o casi. Nada queda de la conmemoración del asedio y apenas un nombre de calle, mal escrito --la calle Vera, así aparece en la placa, debería ser De Vera como mínimo, aunque lo justo sería que pusiese calle Antonio de Vera, sin acortarla--. Por si lo mencionado no fuera bastante, cabe recordar que este hombre fue el primer alcalde electo de la ciudad de Castelló.

Al día siguiente de la amenaza del Tigre, los carlistas pusieron la ciudad bajo asedio. Tres días duró el cerco; bien poco, la verdad, una infinidad menos que el de Numancia, Masada o Leningrado. Pero, caramba, fue la resistencia de nuestros antepasados a quienes amenazaban con «quemar toda la población». Tiene mérito y punto.

Festividad local

Este no rendirse fue vitoreado y dio galones a la ciudad. Acabo el conflicto se instituyó como festividad local con procesión cívica desde el obelisco situado en el parque Ribalta, restituido recién parida la democracia actual, hasta la plaza Mayor para conmemorar la resistencia.

Acabada la última guerra civil le vieron connotaciones políticas a esta celebración y decidieron suprimirla. La cambiaron por una festividad de carácter religioso.

Sería absurdo solicitar ahora que se revertiera la situación. Las fiestas de la Magdalena ya han arraigado entre nosotros de forma inequívoca. Pero quizá no estuviese de más recuperar los actos que nos recuerdan cómo, hace ya casi dos siglos, el pueblo de Castelló, con el alcalde Antonio de Vera a la cabeza, no se arrodilló ante quienes venían aquí con intenciones arrasadoras. Me parecería bonito volver a instaurar la procesión cívica: desfilar desde el Ribalta hasta el ayuntamiento con representantes de los distintos colectivos de la ciudad, gobierno municipal, asociaciones, clubs, sindicatos, oenegés… y, bueno, todo aquel que quiera recordar un pedacito de la historia de esta pequeña ciudad --o pueblo grande-- en el que vivimos. Sin quitar las Magdalenas, ojo.

Editor de La Pajarita Roja

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