Carta del obispo

La llamada personal de Dios

Al hablar de vocación, acostumbramos a pensar solo en estas personas de especial consagración o en los sacerdotes

Casimiro López Llorente

Casimiro López Llorente

En unos días celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, las candelas. María y José ofrecen y consagran a Dios al niño Jesús, que ha venido a este mundo enviado por el Padre para purificar a la humanidad del pecado y restablecer la alianza definitiva de Dios con la humanidad y de los hombres entre sí. Jesús acoge la llamada con una oblación total de su persona en obediencia al Padre hasta la muerte. Recordando este hecho, en esta fiesta oramos y damos gracias a Dios por todas las personas consagradas: monjas y monjes, religiosos y religiosas de vida activa, vírgenes y otras personas consagradas que viven en el mundo. Todos han escuchado y acogido la llamada amorosa de Dios hacia cada uno de ellos, se han consagrado a Dios para seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, y han entregado su vida al servicio de la vida y misión de la Iglesia para el bien de la humanidad.

Al hablar de vocación, acostumbramos a pensar solo en estas personas de especial consagración o en los sacerdotes. Sin embargo, toda persona tiene una llamada de Dios. Con el don de la vida, toda persona recibe una llamada fundamental: Dios nos llama a la vida por amor y para el amor pleno. Cada uno es una criatura querida y amada por Dios, para la que Él ha tenido un pensamiento único y especial; y ese plan --la llamada al amor--, que habita en el corazón de todo hombre y de toda mujer, estamos llamados a desarrollarlo en el curso de nuestra vida. Este es nuestro origen y nuestro destino en la mirada amorosa de Dios: somos creados para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. No hay nada más triste que no amar ni ser amados

Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien de los demás. Descubrir y acoger el camino concreto por el que Dios nos llama es la clave para una existencia humana y cristiana. 

*Obispo de Segorbe-Castellón

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