La firma del director

Parados en el tiempo

Ángel Báez

En más de cuatro décadas no hemos logrado dar con la tecla que nos permita abandonar el furgón de cola del desempleo en la Unión Europea. Ni siquiera las más de veinte reformas sociales llevadas a cabo a lo largo de toda esta etapa han aliviado un problema que ya parece endémico de nuestra sociedad. Los últimos datos ofrecidos por el Ministerio de Empleo y la última Encuesta de Población Activa (EPA) coinciden en algo que ha venido sucediéndose a lo largo de los años: una alta tasa del paro que solo dio un respiro en los días previos a la hecatombe financiera del 2008. Pero esta bocanada de aire fresco fue un espejismo, ya que solo fue la antesala del desastre que vendría después. En todo este tiempo y sin llegarse a lograr grandes pactos de Estado, los diferentes gobiernos han sido incapaces de resolver un problema que, mes a mes, ocupa el ránking de las principales preocupaciones de los ciudadanos.

Más allá de las interpretaciones, tan legítimas como interesadas, los números nos recuerdan con gran nitidez que seguimos, todavía hoy, muy lejos de lo que sería mínimamente aconsejable. El empleo es un derecho fundamental y está consagrado en nuestra Carta Magna, al igual que el acceso a la educación y la sanidad. Y no son pocas las personas que, a lo largo de los últimos 40 años, han podido disfrutar de la calma laboral necesaria que le permita una mínima estabilidad vital. Así, aquellos jóvenes que ya conocieron las listas de desocupados en los ochenta hoy son parados de larga duración y, lo peor, con un futuro incierto.

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