He llegado a ese punto de la Magdalena en el que ya no sé qué escribir. Mi intención a estas alturas de la semana era emplear la clásica rapiña: utilizar las frases que vas escuchando por ahí, en mi caso en los escasos instantes en los que he estado por la calle. Repaso las notas del móvil, sin embargo, y parece mi nevera de Erasmus, un drama semejante. Repaso las notas y solo tengo dos frases, que no son exactamente lo que se llamaría frases célebres: 1) «He meao la vida», que pronunció una mujer al salir de un baño al que yo me disponía a entrar, en un restaurante; y 2) «¡Baila, José Miguel, joer!», que gritó una chica a un chico junto al portal de mi casa, es decir, junto a una discomóvil gigante. La cara de circunstancias de José Miguel me obligó a apuntar esa frase. Tuve ganas de abrazarle.
«¡Baila, José Miguel, joer!» y «he meao la vida», a ver, de verdad, con este material qué haces. Con esto no escribes Guerra y paz, precisamente. «¡Baila, José Miguel, joer!» y «he meao la vida» en unas fiestas de interés turístico internacional es un balance bastante pobre. Diría incluso que decepcionante.
Esta dramática ausencia de material me va a obligar a salir alguna noche, que ya sabéis que me apetece salir tanto como a José Miguel le apetecía bailar: nada. A favor del ocio nocturno diré que casi todas las buenas historias surgen, igual que las ideas, a partir de cierto momento en la noche. Lo del esclat de llum sense foc ni fum seguro que no se le ocurrió a nadie en una biblioteca. Para llegar a esa cima de lucidez hay que pasar primero por el punto de no retorno. Sin cruzar el punto de no retorno de vez en cuando la humanidad no habría alcanzado determinados avances.
Con Magdalena o sin Magdalena, lo verdaderamente excepcional es que aquello que por la noche parecía una gran idea lo siga pareciendo a la mañana siguiente. Eso ocurre pocas veces. Intuyo que lo de ofrecerme esta sección se le ocurrió a alguien una noche, y ahora se arrepiente. Me gusta pensar también que José Miguel resistió a los reproches de esa chica y aguantó sin bailar. Seguro que su conciencia lo agradeció a la mañana siguiente. Aquí tendrá un amigo siempre. José Miguel: no hagas nada por presión social, ni bailar ni tatuarte ni probar el Jägermeister, si no te apetece.