Carta del obispo

Jornada por la Vida

CASIMIRO López Llorente*

El 25 de marzo, fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María, recordamos el inicio de la vida humana del Hijo de Dios. Este día celebramos en la Iglesia católica en España la Jornada por la Vida. El Hijo de Dios se hizo uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado; asumió nuestra naturaleza humana para sanarla y llevarla a su plenitud. «El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre», nos dice el Concilio Vaticano II (GS 22), mostrándonos así el valor de toda vida humana.

Ya por la sola razón, todo hombre y mujer, creyente o no creyente, abierto sinceramente a la verdad y el bien, puede reconocer el valor sagrado e inviolable de cualquier vida humana. Si además lo miramos desde la fe, la encarnación revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada vida y persona humana. Por ello, de modo particular los creyentes en Cristo debemos acoger, cuidar, defender y promover el don precioso de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural.

Acaba de entrar en vigor la nueva ley del aborto, llamado eufemísticamente «interrupción voluntaria del embarazo». Es un sarcasmo hablar de interrupción, cuando en verdad se termina el embarazo eliminando el embrión o el feto. Los conocimientos sobre el ADN y las ecografías permiten afirmar que existe una nueva vida en el seno de una mujer embarazada desde la concepción. El aborto sigue siendo «un crimen abominable», como enseñó el Concilio Vaticano II (cf. GS 51). Es aberrante hablar de un supuesto derecho al aborto, cuando lo que se persigue no es un bien sino un mal, la eliminación de un ser humano. Eliminar una vida humana no puede ser solución para las madres que afrontan, muchas veces en soledad, un embarazo no deseado. H

*Obispo de Segorbe-Castellón

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