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VIVIR ES SER OTRO

Carlos Tosca

Minecraft

Hoy en día, los padres nos preocupamos mucho por sacar a nuestros hijos de las pantallas electrónicas. Las televisiones inteligentes, las tabletas, los móviles, los ordenadores… Queremos que los chavales y las chavalas jueguen con fango, al pilla pilla, que persigan balones y vistan muñecas, como hicimos nosotros antaño. Que se alejen de los mundos virtuales. Justo esos en los que los adultos cada vez estamos más y más metidos. Esperen un momento que voy a actualizar mi estado en Facebook y voy a elogiar que mi niño ha estado jugando en la placeta al escondite.

Sigo.

Algo parecido ocurre con los libros. «Mi niña es que no lee nada; todo el día pegada a la pantallita», me dice un amigo poco antes de comentar que en TwitterArturo Pérez-Reverte acaba de meterse otra vez con la ministra de Igualdad y «mira que meme más divertido». Yo me callo. Claro que tu niña no lee, ¿cuánto lees tú si no es en el móvil? Ya, ya… Lo que pasa es que queremos que la niña, el niño, lea para que sea mejor que nosotros. Me parece muy encomiable el preferir que la descendencia nos mejore, pero eso de predicar con el ejemplo parece que lo hemos olvidado por completo. Los niños nos imitan: «Si a papá, si a mamá, les encanta hacer esto o aquello, algo tendrá de interesante», se supone que piensan los pequeñajos de la casa. Entonces, ¿cuántos emulan a sus progenitores avezados lectores de novelas de Proust o de poemas de García Lorca? Tres, tres en toda la provincia, y pare usted de contar.

Luego vemos a los pequeños abocados a las dichosas pantallas y nos rasgamos las vestiduras. Igual deberíamos echar un vistazo a qué ven allí antes de ponernos nerviosos. Tal vez resulta que el mundo ha cambiado y esto lo estamos gestionando desde una perspectiva anticuada, obsoleta. Quizá miramos desde el lugar incorrecto.

Observemos Minecraft. Un juego en el que, en un entorno de gráficos sencillos, el jugador debe preocuparse de crear un refugio que le proteja de los zombis que acechan por la noche. No se trata de matarlos sino de esconderse, de protegerse. Para ello debes construir, no destruir: o te metes en una cueva excavada por ti o creas un refugio donde los atacantes no puedan acceder. Luego hay otro modo, el creativo, donde desaparece la amenaza. Ahí solo tienes que «crear cosas». Igual que cuando yo era pequeño y hacía casitas con trozos de madera y piedras, o con los Lego. Todo muy desarrollador de ideas abstractas, de gestión del espacio y de los recursos. Todo como un gigantesco mecano con piezas infinitas, donde la imaginación es el único límite. Es cierto que se pierde el componente físico, el tocar las piezas, el interactuar con la realidad. Todo se gestiona en un espacio virtual.

Horas pegados a la televisión

En los setenta, en los ochenta, con la televisión convirtiéndose en un fenómeno de masas, los niños probablemente pasaban, pasábamos, demasiadas horas pegados a ella. Les preocupaba a nuestros padres. Creo que a la larga no ha tenido efectos demasiado perniciosos… O sí, quién sabe.

El mundo avanza, en lo tecnológico, a una velocidad endiablada. Resulta difícil prever cómo serán las cosas dentro de un par de décadas. Quizá hasta cambie el paradigma económico. Estamos, sin apenas darnos cuenta, en medio de una revolución, quizá tanto o más importante que la industrial que se produjo en el siglo XIX. El mundo muda su piel tan rápidamente que apenas podemos reflexionar sobre sus novedades; incluso estas son tan cambiantes que igual no vale la pena porque dentro de nada dejarán de existir. Quizá las pantallas son solo la antesala de los cambios. La vida en el metaverso. Qué sé yo.

Editor de La Pajarita Roja

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