La firma del director

El milagro de Sant Pasqual

Ángel Báez

Ángel Báez

La campaña electoral, como es habitual, no viene exenta de numerosos mensajes de dirigentes políticos que, cada uno a su manera, tratan de vencer y convencer a ese electorado que aún no tiene claro el sentido de su voto. Son discursos contrapuestos que inundan las páginas de los diarios en una larga ristra de asuntos ya resueltos o aún pendientes. Es el juego limpio de la democracia, donde las autorías vienen bien definidas en un contexto admirable de decencia pese a lo atrincherado de las posiciones, por muy contrarias que éstas sean.

En paralelo, no pasan desapercibidos el juego sucio y el regate subterráneo que se dan estos días en unas redes convertidas nuevamente en el estercolero de la sinrazón, donde la inmunidad no parece tener fin y el vómito visceral siempre está presente. En esta jungla se debate la otra campaña, la que todos no queremos ver pero que tan fácil nos dejamos llevar por el voyeurismo, esa obsesiva curiosidad humana que nos asoma al vacío.

Sobran ejemplos donde los perfiles inventados y el anonimato campan a sus anchas y están al alcance de todos.

Es en este contexto donde una imagen --sin palabras-- cobra mayor valor en un tiempo donde los consensos se manifiestan imposibles. Una foto. Una sola foto puede conmover y abrigar la esperanza de que, sobre las cloacas, puede existir la armonía entre diferentes. Y eso ha sucedido en el arranque de campaña en Vila-real, donde adversarios políticos cumplen con la regla no escrita de no politizar las fiestas. Quizás sea cosa del santo. O no.  

Suscríbete para seguir leyendo