Elecciones 28M

El sanchismo inicia la desescalada

La resiliencia intentada por el PSOE en las primeras grandes elecciones tras la pandemia ha sido insuficiente para mantener las principales capitales y autonomías y marcan el camino para las generales de diciembre

El sanchismo inicia la desescalada.

El sanchismo inicia la desescalada.

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Si había alguna duda, la resistencia que trataba de mantener el Partido Socialista en las elecciones municipales y autonómicas del 28-M ha sido insuficiente para aclarar el futuro de Pedro Sánchez en las generales, marcadas en diciembre en el calendario. El sanchismo suma 800.000 votos menos que el PP y se pega el gran batacazo en autonomías históricas para el PSOE. La pérdida de comunidades como la valenciana, la balear, la extremeña o la aragonesa, la incógnita de la castellano-manchega, el desahucio de la izquierda en ciudades como Valencia, Palma, Valladolid y todas las capitales andaluzas y las incontestables mayorías de Almeida o Díaz Ayuso en Madrid, vienen a anunciarnos que Pedro Sánchez reina, pero su partido ya apenas gobierna donde antes lo hacía con holgura.

No se celebraban elecciones municipales desde antes de la pandemia, a cuya gestión han dedicado autonomías y ayuntamientos más de la mitad de su gestión desde 2019. Parece algo lejano, pero solo han pasado tres años. Libraron Pedro Sánchez y su gobierno una batalla contra un elemento externo, vírico, ajeno a la política. Y de esa pugna puede decirse que salió mejor parado que muchos líderes internacionales, en parte gracias a las medidas adoptadas por sus barones y alcaldes, por Ximo Puig en la Comunidad Valenciana, por Lambán en Aragón, por Barbón en Asturias, por García Page o Fernández Vara en Castilla-La Mancha o Extremadura. Algunos de esos mandatarios autonómicos incluso han mejorado sus resultados y varios de ellos han renovado apoyos de manera significativa aunque muy insuficiente, visto el paradójico caso de Ximo Puig, que con una gestión ejemplar en lo peor de la alarma sanitaria contempla atónito cómo un recién llegado y apenas conocido por el electorado (salvo en Alicante) Carlos Mazón, le adelanta por la derecha al no sumar la mayoría con los hasta ahora miembros del Botànic, Compromís y Unides Podem.

A seis meses de las elecciones generales, es ahora, tras los resultados del 28-M, cuando el sanchismo inicia la auténtica desescalada, ese término que empleamos a mansalva recién acabado el confinamiento y que pronto cayó en desuso. En septiembre de ese año apenas ya se utilizaba y ahora quienes desescalan del poder son los socialistas y todo el bloque de la izquierda. Los resultados amenazan con que ni siquiera nos van a dar una tregua en agosto y que de aquí a final de año, España va a mantenerse en una campaña electoral permanente. Más por demérito de Pedro Sánchez que por las actuaciones de su rival, Feijóo ya está a las puertas de La Moncloa.

La derrota de la izquierda debe buscarse en cómo el Partido Socialista y sus socios opacaban sus propuestas entrando a todos los trapos que le ponía delante la derecha, no la liderada por Pablo Casado, primero, o por Núñez Feijóo, después, sino por una Isabel Díaz Ayuso que desde la Puerta del Sol ha ido marcando todos los debates a partir del relato. O cómo las cañas y los bares fueron más importantes que los muertos; o por qué meter de nuevo en campaña a ETA y la ilegalización de Bildu se han sobrepuesto a los temas sociales. En resumen, gobernar desde el antisanchismo y ponerlo como eje de la discusión. Y ha funcionado. Algunos presidentes, como Puig o Lambán, ni siquiera han tenido tiempo para eso que se llama ‘desgaste’.

A tenor de los resultados, los socialistas no han ido en solitario al precipicio. Aún está por resolverse el misterio de qué ha hecho Podemos durante esta campaña. Perdidos entre el batiburrillo de líderes y lideresas (todavía no se sabe muy bien a qué se ha dedicado Pablo Iglesias en los últimos 15 días), algunos electores pensaban que el 28-M ya se podía votar a Yolanda Díaz. De los discursos de Belarra y Montero han trascendido más sus desavenencias con el Gobierno que sus propias iniciativas, algunas de ellas tan extravagantes como la creación de supermercados públicos. Lo más ‘revolucionario’ que se les ha conocido en campaña es colgar en pleno barrio de Salamanca, en Madrid, habitual feudo del centroderecha, una pancarta gigante con la cara del hermano de Ayuso.

Para el PP, una noticia buena y otra menos buena. Gana sin discusión a pesar de los votos desperdiciados de Ciudadanos, una formación que ya es historia. En muchos enclaves, por el contrario, deberá pactar con Vox. Y el éxito de Núñez Feijóo dependerá también de cómo gestione el PP de aquí a diciembre sus acuerdos con un partido que apenas respeta las reglas más elementales del sentido común.