La frase que encabeza esta columna, viene a significar un cierto ojo avizor por los peligros que pueden acechar, sin previo aviso. En estas líneas, el lector comprenderá el porqué de ese aforismo. Los años siguientes a la guerra de las Germanías fueron complicados para Castelló capital. Menesteres que ocuparon la atención de los gobernadores fueron la reparación de las murallas y la defensa de la costa por las incursiones turcas («moros e turchs») que no cesaron en toda la centuria hasta la victoria de Lepanto, en 1571.
Uno de los ataques más sanguinarios perpetrados por los otomanos fue el que comandó el temido Jeireddín Barbarroja, quien el 7 de junio de 1534 desembarcó en el cabo de Orpesa, poniendo cerco a la fortaleza, y llevando a cabo razzias por toda la costa hasta llegar a Castelló. El gobernador Diego Ladrón de Guevara, formó un destacamento con hombres de Burriana, Vila-real y Castelló, para rechazar a los asaltantes. Los habitantes de la capital, salieron formados tras el estandarte, y se unieron a los de las poblaciones vecinas, presentando batalla a los piratas.
El mayor número de defensores de las localidades de la Plana les dio la victoria, consiguiendo el reembarque de los invasores medioluneros y su alejamiento del litoral. Con todo, a los del terreno les salió cara la victoria, dado que se contabilizaron algunos muertos, numerosos heridos (entre ellos el propio gobernador) y más de una docena de cautivos de Castelló y Vila-real que fueron confinados en las galeotas y por los que hubo que pagar un crecido rescate. Tres años más tarde, en las cortes de Monzón, que presidía el rey, se hizo una petición por los tres brazos de gobierno local, para que el fisco auxiliase con dos mil ducados la liberación de los vecinos de Castelló y Vila-real que habían sido hechos prisioneros en la refriega.
Cronista oficial de Castelló