El Periódico Mediterráneo

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Carlos Tosca

VIVIR ES SER OTRO

Carlos Tosca

Fútbol, fútbol, ¡fútbol!

Vamos al estadio y el que se sienta a nuestro lado vota lo contrario. Pero llevamos la misma camiseta

Parece que la afición al fútbol no deja de crecer en la provincia. Los dos equipos más representativos, el Villarreal CF y el CD Castellón, han batido, un año más, récord de abonados y hay listas de espera en ambos para convertirse en socio. Casi treinta y cinco mil personas vamos a juntarnos cada semana en los dos estadios más grandes. Diría que pasarán de los cincuenta mil si contamos todas las categorías, incluidas las amateur y las de formación.

Soy bastante futbolero, pero no sé si alegrarme de estos datos. Supongo que sí, que mi primera reacción es positiva. A fin de cuentas me parece una afición bastante sana y que no provoca problemas, más allá de alguna discusión estúpida. Que sería mejor llenar teatros inmensos para escuchar ópera, o leer tanto como dice el gobierno que hacemos. Pues claro; sobre todo lo segundo mejoraría mi economía, ya que pertenezco al gremio de los editores de libros. Pero es lo que hay. A mí tampoco me parece mal que un buen número de personas nos apasionemos por algo inocuo, hasta absurdo, domingo a domingo. Siempre que no se lleven las cosas fuera de lugar, claro está.

Igual necesitamos salirnos de las preocupaciones reales, las que de verdad afectan nuestro devenir diario, sustituyéndolas, 90 minutos, por otras más ligeras y benignas. Es aquello que dijo, creo, Jorge Valdano, que «el fútbol es la cosa más importante dentro de las que no tienen importancia».

Es dejar de lado la política, para empezar. Vamos al estadio y, a lo mejor, el que se sienta a nuestro lado vota justo por lo contrario. Pero allí llevamos la misma camiseta y sentimos alegría o tristeza al unísono.

También quedan al margen problemas de salud, de pareja, económicos, sociales. Nos olvidamos de las pataletas de nuestros hijos o de las manías de nuestros padres. Nos alejamos de la tensión del trabajo y salimos de la rutina. Incluso nos dejamos llevar por nuestro lado más tierno o por el más salvaje, en un entorno controlado.

Los adultos apenas lloramos, sobre todo los hombres, quienes configuran, aún hoy en día, la mayoría de espectadores futboleros. Pues bien, el deporte rey a veces nos saca esas lágrimas que en la vida real, quizá por prejuicios y presión social no somos capaces de mostrar. También nos lleva a la alegría desbordada y disparatada. ¡A abrazarte con desconocidos! Todo porque un señor, digamos que en calzoncillos, ha hecho que una pelotita traspase una raya pintada con cal. Objetivamente absurdo y tan real que puede comprobarse semana a semana.

Tiene cosas malas, por supuesto. Quizá las mismas que citaba arriba como buenas. La alienación que produce puede traspasar cierto límite. Podemos acabar sintiendo indiferencia por cuestiones serias al tiempo que nos sobreexcitamos en el campo de fútbol por nimiedades.

Cualquier aspecto de la vida requiere cierta mesura. Poner las cosas en su sitio y entender su importancia relativa. Igual deberíamos guardarnos las lágrimas para lo que de verdad importa, y dar muestras de alegría desbordante cuando nuestro hijo consigue un éxito académico, por ejemplo. Pero parece que sacar la pasión del estadio resulta complicado.

Luego está el fútbol de formación, ese que juegan los niños. Hablaré de ello dentro de un tiempo porque soy muy novato al respecto. Esta bisoñez se solucionará en breve porque mi hijo comienza su «carrera futbolística» este otoño. Ya les contaré. Me temo que será una experiencia muy jugosa. Para lo bueno y también para lo malo. Veremos hacia dónde se inclina la balanza.

Editor de La Pajarita Roja

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