El Rey, Felipe VI, ha estado a la altura esperada designando a Alberto Núñez Feijóo candidato a la investidura. Antes, Pedro Sánchez le había pedido al monarca que lo nombrará a él, fiando la solicitud a lo ocurrido en la Mesa de Las Cortes. Sánchez exhibió su locuacidad abanderando los 178 votos que habían dado la presidencia del Congreso a la socialista Francina Armengol, merced al sí de la derecha independentista de Junts, dirigida desde Waterloo por el prófugo Carles Puigdemont. Empero, el Rey mostró los números que él conocía de primera mano, y no los supuestos, demostrando al atónito Sánchez que la opción de Feijóo, en esos momentos y sobre el papel, tenía más apoyos, además de ser el PP el partido más votado. Ahí, el aún inquilino de la Moncloa, debió dar un amargo respingo conocida su soberbia. El Jefe del Estado ejerció con seriedad el papel encomendado por la Constitución, el mismo texto que garantiza las libertades y derechos de los españoles, sojuzgado por los compañeros de viaje del sanchismo que rechazaron acudir a la ronda de consultas. El Rey desconoce qué harán Bildu, ERC, Junts y BNG.
Primó la responsabilidad real ante el chalaneo del presidente en funciones, herido en su amoral prepotencia. Mella sangrante que ha escenificado un Patxi López encabronado. Mientras, el cóctel de partidos Sumar trabaja en blanquear la operación de ingeniería jurídica que urden Sánchez y la camarada Díaz para lograr una fórmula de amnistía con la que pagar los votos interesados de quienes desean acabar con España. Por de pronto Puigdemont tendrá grupo en Madrid y pasta gansa, gracias al PSOE. No obstante, Sánchez, perdedor del 23J, deberá esperar. Bien, Majestad, bien.
Periodista y escritor