Para cuando acaba el verano se han inventado los modernos, al socaire de no sé qué diagnóstico psicológico, el llamado síndrome postvacacional, que viene a aflorar las dificultades del regreso al curro y la importancia de planificarlo para evitar consecuencias depresivas que, dicen, ya afecta a seis de cada diez ¿trabajadores? Nunca lo he acabado de entender. Por contra, yo vengo aquí a denunciar el síndrome vacacional: el de no haber hecho nada, ora en julio ora en agosto, porque, como dice mi sobrina Ester, si haces algo, lo que sea, ya no son vacaciones. Tan sórdido subterfugio deviene cómodo para la haraganería que sufro en tan anheladas fechas. Como con todas las adicciones, la mejor terapia empieza por reconocer la falta: yo me he dejado la mesa del comedor llena de papeles pendientes de archivar, guardo un cajón de fotos desordenadas, me han quedado por leer dos libros de la Segunda Guerra Mundial --Eisenhower y Patton no ganaron esta batalla-- y no me he atrevido a empezar el que tengo en mente escribir, a ver si confesándolo me da por atacar ese compromiso conmigo mismo y con la historia del Club Deportivo Castellón.
Esta sección también ha gozado de unas semanas de descanso, en rigor para las victimas de mis fobias y desahogos; unos, expectantes, hasta se arrogaban como éxito propio este guadiana de mis vituperios, otros simplemente disfrutaban del oasis. Como no es cosa de decepcionar a tan devotos lectores, vuelvo al tajo con renovado ímpetu crítico.
Y por seguir un orden cronológico, empezaré afeando el comunicado de hace un mes de Robin Taylor, ergo del club, contra aquellos que retiran sus abonos y no van al campo acusándoles de dejar sin ese deseado pase a más de mil aficionados. Otros clubes incentivan la asistencia de sus afiliados con descuentos por el número de partidos que han accedido a su reserva, sin menoscabo de exigir la documentación para evitar la odiosa e ilegal reventa o crean el carnet de simpatizante que solo preserva la antiguedad del número y no tiene derecho a asiento. Aquí, por contra, se exige liberar tu localidad partido a partido, una incomodidad que, a lo que se vé, no encuentra respuesta. Y, claro, lo fácil es culpabilizar al pagano antes que reconocer la ausencia de mejores soluciones. Conozco a dos abonados, residentes uno en Suiza y otro en Francia, Santiago y Emilio, que han dejado de serlo por mor de esa escasa sensibilidad que, lejos de premiar su fidelidad, les insulta.
Igual en el club sufren amnesia --yo no-- y son los únicos que se han creído que los mismos que en su día abogaron por la desaparición del Castellón, ahora van a ampliar el estadio o adecentarlo, que falta hace a tenor de cómo están no pocas butacas. Lo único que podemos esperar de esos concejales son muchas fotos con sonrisas empostadas y familiares colados en el palco, y no han defraudado.
Triste también ver cómo se estira el Centenario ensuciando la imagen de auténticos ídolos y referentes albinegros. Puede que mantener vivos ese tipo de actos, pese al fracaso de la convocatoria, sea su forma de eludir la justificación del destino del dinero recibido a espuertas pese al pobre nivel y escasa originalidad de los fastos. Pero ni Bob Voulgaris ni Pitch32 parecen preocupados por esa sangría, ni por el descrédito de la Fundació, ni por la deplorable gestión del fútbol base, con la huida de jugadores que hipoteca nuestro futuro y, con él, nuestro orgullo tribal.
Y acabo este somero repaso. No quiero plantearlo como una ocasión desaprovechada, sino como una obligación ineludible. Digo la de mostrar el apoyo inequívoco a Jenni Hermoso y la repulsa a todo acto de violencia sexual en la vergonzosa celebración de Luis Rubiales tras ganar el Mundial femenino. No ha tanto nos quejábamos de la nula influencia en la Federación que derivaba en nuestra inclusión en un envenenado grupo pero, agradecidos, mantenemos un insensible y cómplice silencio con su presidente pese a la suspensión de su cargo por parte de la FIFA. No se trata de recuperar el crédito perdido en el panorama futbolístico, que también, si no de cumplir con el deber social que corresponde al honor que pretendemos representar, y no conformarnos con las sabrosas migajas de una victoria tan brillante como insustancial para lo que debe significar ser del CD Castellón.