En cajones empolvados, bostezan los recortes de periódicos de tiempo atrás. Son papeles amarillentos como las hojas del otoño que se nos acerca con sus uvas maduras. Vecinos y amigos del norte y sur del Riu Sec en la capital de La Plana, esos recortes amarillentos guardan el recuerdo de lo que un día fue noticia destacable, en ocasiones de apariencia banal, aunque significativa. Giran en torno a comportamientos en el ámbito de lo público que no de lo privado. Son hechos que mueven unas veces al sarcasmo y la risa, y otras a una reflexión respetuosa. Son noticias que nos sacan del hastío político en el cual, y estos días, nos tienen sumidos los grandes, o los pequeños y ruidosos partidos de la democracia hispana peninsular.
De ese hastío nos sacan Abel Ibáñez y los restantes dos ediles municipales del PSOE en el lindo pueblo de la Roca Grossa: Vilafamés. Una moción de censura, un cambio de alcalde envuelto en desacertado e irresponsable descuido, en error esperpéntico de quienes actúan sin tino y de forma irreflexiva. Porque el cambio en la alcaldía estaba motivado en el voto equivocado que en su día emitieron los tres munícipes del PSOE para elegir a un alcalde a quien eligen los concejales (no es de elección directa vecinal). Escasa o nula seriedad en el Ayuntamiento de un pueblo, cuya estampa nos acompaña siempre en el País Valenciano y más allá de estas tierras largas y estrechas. El periodista David Donaire calificaba en estas páginas el error de “pifia surrealista”, e informaba, claro está, de forma objetiva. Pero en ese Vilafamés (cargado de historia, arte y bellos paisajes) ni tembló la Roca Grossa, ni dimitieron los tres concejales del PSOE hace dos meses, tras la destartalada votación. En fin, vecinos, que en la política se colocan algunos personajes más tontos que el Curcio. Y nuestros paisanos de La Mancha cervantina hablan del Curcio como de “el tonto que se iba a vendimiar y se llevaba uvas de postre”.
Dos dimisiones dignas
Uvas, cuyo alcohólico y rico caldo, motivó dos dimisiones dignas y honestas que guardaremos en el cajón de los papeles amarillentos. La primera de esas dimisiones fue la de Margot Kässmann, la máxima representante de la Iglesia Luterana Alemana y obispa de Hannover. Noble cristiana de origen humilde a quien en 2010 detuvo la policía conduciendo y doblando, tras la prueba pertinente, los índices de alcohol permitido. Renunció de inmediato a su obispado y a sus cargos, renuncia que fue acogida como ejemplar por la opinión pública. Se le impuso una multa y 9 meses sin carnet de conducir. Margot conservó y conserva el aprecio y respeto de sus conciudadanos.
La segunda de esas dimisiones, también originada por el consumo de alcohol, tuvo lugar ayer mismo. Fue ayer mismo y en Vila-real. Javier Serralvo, concejal del PSOE desde hace algunos lustros, dejaba el consistorio por el error o desacierto de haber consumido más caldo del necesario y ponerse al volante. Como la alemana Margot. El concejal laborioso y honrado que originaba simpatía entre sus vecinos se va. Su dimisión, como la de la eclesiástica Kässmann, es ejemplar. Eso le honra como ser humano, y prestigia la política. Cometió una falta, y faltas cometemos el resto del vecindario.