Con un convenio colectivo pendiente de resolución, un difícil contexto internacional marcado por la guerra en suelo europeo y la creciente amenaza de competidores, la industria del azulejo comienza a hacer las maletas para volver a la feria italiana de Cersaie. Los elevados costes de la energía, las prácticas especulativas de un comercio de emisiones siempre bajo sospecha y las dificultades de acceso al crédito --con unos tipos al alza-- forman ya parte de ese pesado lastre que, por lo general, nos abocará a una pérdida de competitividad en un sector vital para la economía de Castellón.
Enfriamiento de la economía
Esta ensalada amarga se sazona con la inacción gubernativa cuya demostrada empatía no ha venido acompañada por acciones concretas que alivien el pedregal por el que discurre cada día la industria azulejera. Tampoco nos llegan buenas noticias desde Europa --tradicional mercado para los productos cerámicos-- con una construcción que se desinfla o el progresivo enfriamiento de las principales economías comunitarias.
Si la coyuntura se complica y la desazón gana con ventaja cada meta volante, está claro que el sector no tira la toalla, a la espera de que lleguen vientos a favor. De ahí la confianza que siempre acompaña a las delegaciones que viajan al salón cerámico de Bolonia. La cerámica se debate hoy entre un difícil ejercicio de optimismo y la necesidad de curar las heridas que provocan los altos costes energéticos o la falta de ayudas eficaces. Son tiempos proclives al desaliento, sí; pero no por ello tenemos que renunciar a la esperanza.