¡Menudo e innecesario revuelo nos ofrecen estos días determinados personajes de nuestra clase política! Al parecer, el uso de las lenguas españolas o hispanas en el Congreso provoca urticaria a bastantes parlamentarios, de cuya elección somos responsables. No es el caso del hispano y vasco Borja Sémper del PP: fue una delicia escuchar sus frases en euskera. El resto de la derecha y la extrema derecha es otro cantar. Como otro cante es aquello que muchos diputados del PSOE piensan, y guardan en sus silencios.
Porque, vecinos de la Plana y el secano junto al Riu Sec, cualquiera de ustedes puede, y a lo mejor debe, estar en desacuerdo con el momento y la forma en que se ha autorizado la diversidad lingüística hispana en el Congreso. Una autorización que ha tenido más que ver con los resultados electorales de julio y la aritmética del voto parlamentario. Es un hecho que debería tener una historia de cuatro décadas. El uso de las diferentes lenguas refuerza la unidad en la diversidad de la ciudadanía; da a conocer una realidad, puesto que desconocimiento o ignorancia de la diversidad no contribuyen a la convivencia pacífica y democrática.
La democracia se vio, y no solo en las anchas Españas, entorpecida por separatistas. En la península Ibérica, y de esto hace casi 400 años, la nefasta política territorial del conde-duque de Olivares provocó una serie de movimientos secesionistas en diversos territorios de la Corona Española. En Andalucía, el duque de Medina Sidonia, un personaje intrigante a lo Puigdemont, intentó declarar la independencia de aquella región; fracasó, aunque no le cortaron el pescuezo como al duque de Híjar; este último intentó lo mismo, y mediante intrigas preparaba la independencia de Aragón; su cabeza rodó en uno de esos bellos alcázares castellanos.
Sentimiento de unidad
Pero lo mismo que hubo movimientos secesionistas, existió también siempre una apreciación a sentimiento de unidad entre los habitantes de esta península, bañada por tantos mares. Sentimiento o apreciación que tuvieron también en la Italia peninsular cuando durante siglos estuvo dividida en diferentes estados y administraciones hasta que llegó Garibaldi; como existió también en los territorios germanos, tantos siglos divididos, hasta que llegó la reunificación de Bismark. Aquí, y a finales del siglo XV, Joao II de Portugal, en una carta dirigida a los Reyes Católicos, hablaba de portugueses, catalanes, andaluces, vascos, castellanos y demás porque «hispanos éramos todos». Por algo la historia bautizó a ese rey con el apodo de Príncipe Perfecto. El escrito se le atribuyó mucho tiempo a Luis de Camoens, la cima de la literatura portuguesa, quien escribió también algunos sonetos en castellano. Y, por cierto, la familia de Camoens era originaria de por donde el cabo de Finisterre.
Y es que la unidad y la diversidad es lo propio de ayer y de hoy. El diputado Sémper tiene un apellido con resonancias en los territorios peninsulares donde se habla catalano-valenciano-balear; lo mismo que el apellido Guardiola de la presidenta, con ayuda de Vox, del gobierno autónomo extremeño. En fin, amigos y allegados, que la península Ibérica es una mixtura como el Castelló del Riu Sec durante las últimas décadas. El uso de las diferentes lenguas de esa mixtura en el Congreso facilitará el conocimiento y comprensión de la misma en esta tierra en que vivimos.