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Carlos Tosca

Vivir es ser otro

Carlos Tosca

Correspondencia

Más de una vez he fantaseado con cartearme con presidiarios; en EEUU tienen webs para ello

Hace un tiempo inicié intercambio de cartas manuscritas con escritores y gente del mundo literario

Leí el otro día una curiosa costumbre de la Argentina rural durante el siglo pasado: en los entierros, la gente ponía cartas junto al féretro, como si fuera un buzón de correos. Los destinatarios de las misivas eran seres queridos fallecidos en el pasado. Se ve que les contaban cómo les iba la vida. Parece una costumbre apoyada en la idea de sincerarse con los que ya no van a poder responderte. Me encanta el sustrato de esta forma de proceder, no en vano se trata de un modo de acordarse de los que nos dejaron tiempo atrás.

Cuan alejado de los montones y montones de emails que escribimos en la actualidad --aunque, me da en la oreja que también el correo electrónico está perdiendo adeptos en favor de la comunicación por aplicaciones de mensajería instantánea: WhatsApp y Telegram--. Supongo que nuestras «cartas», y permítanme que entrecomille el concepto porque poco tienen que ver con las de antaño, son básicamente de índole profesional u obedecen a objetivos mundanos y específicos. De usar y tirar, vamos. Parece que una simple postal de felicitación navideña de hace cincuenta años contenía información más relevante, aunque fuera concisa, que mil emails de hoy en día.

Pienso un poco en el concepto de comunicación escrita y mi relación con ella. A la que es ahora mi esposa, cuando novios, le escribía emails casi diarios --durante una época sin el «casi»--. Más tarde inicié intercambio de cartas manuscritas, enviadas por correo ordinario, con escritores y gente del mundo literario. Me gustaba hacerlo, sobre todo con desconocidos cuyo trato solo era por internet. Te da una cierta distancia, una sensación de «puedo contarle lo que sea, y si es demasiado embarazoso, por ejemplo, no tengo que enfrentarme a su juicio, al menos no en persona». Eso te lleva a veces a decir cosas que con el interlocutor más a mano jamás dirías.

Más de una vez he fantaseado con cartearme con presidiarios. Los estadounidenses, muy organizados ellos, disponen de páginas web en las que puedes contactar con reclusos en distintas situaciones. En todo momento sabes qué tipo de relación epistolar desean, en qué cárcel están y por qué delito cumplen condena. También tienes una foto suya, para ponerle cara al receptor. El otro día volví a mirar y el primero de la lista se llamaba Charles Bukowsky, exactamente igual que el genial escritor, aunque, al menos en apariencia no era familia suya. Cumple condena en Florida por homicidio en segundo grado. Entró con apenas veinte años y, de momento, ya lleva quince encarcelado. Pocas bromas con las penas carcelarias en EEUU

Al final descarté enviarle nada. Me da miedo generar un vínculo demasiado grande con el receptor. Por eso antes de decidirme había mirado hacia el otro lado del charco, aunque claramente me comunico mejor en castellano que en inglés, quería hacer esto con alguien a quien seguro no voy a llegar a conocer en persona. Por muy bien que acabara cayéndome.

Quizá esta columna quedase mejor en Todos los Santos que ahora. Pero la muerte siempre anda por ahí, agazapada, dispuesta a darnos un susto aunque todavía no sea Halloween, esa celebración tan de moda.

Todos al cumplir años acumulamos seres queridos que se han ido. A medida que envejecemos, el número de estos llega a superar al de los vivos. De tanto en tanto, sin buscarlo, nos acordamos de los que ya no están entre nosotros. Puede que estuviese bien mandarles cartas, escritas o simplemente imaginadas. Verbalizar nuestra situación suele ayudar a conocernos mejor y a veces soluciona problemas. Los que ya no están todavía nos pueden echar un cable.

*Editor de La Pajarita Roja

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