Si hay algo que caracteriza al exceso de ruido es la imposibilidad de escuchar los mensajes que realmente merecen la pena oír. Y el momento político, con sus ensordecedoras proclamas, parece querer alejarnos de una realidad que va a más allá de las broncas a pie de AVE o de las guerras ideológicas que suelen acompañar a la estupidez. La bulla tiende a pasar por alto los números rojos de los balances empresariales, de las dificultades de llegar a fin de mes, de una falta de viviendas que se cronifica y que a nadie parece importar. Nada se habla de la falta de expectativas de una juventud condenada al exilio o de los riesgos de jugar con las cosas del comer. Los tuits y los like componen hoy la frecuencia cardiaca que nos hace sentirnos vivos en una sociedad anclada en la inconsciencia.
En un tiempo donde la grandilocuencia política de las legítimas minorías se impone al resto, olvidamos derechos fundamentales como es la igualdad frente a las supremacías. Si el silencio es el espacio preferido para la reflexión y el pensamiento, el alboroto es el caldo de cultivo del atropello y las injusticias. Pero esto parece importar poco a los escandalosos, que prefieren la artificiosidad en los mensajes exprés a los razonamientos.
Esta semana hemos vuelto a perder, en cada proclama política vertida en el Parlamento, una oportunidad para entrar de lleno en asuntos que tienen que ver con asegurar un bienestar general que se nos escapa a golpe de estadísticas del INE; sondeos que, lamentablemente en estos casos, sí parecen ser fiables.