las cuarenta

Aficionados en Navidad

Pepe Beltrán

Pepe Beltrán

Tampoco es cuestión de trasladar una visión tan deprimente de la Navidad como la que se colegía de mi última soflama. Pero así considero a la sociedad actual; y las absurdas propagandas sin fin de colonias y mi nostalgia son la factura para poder alcanzar todas las mesas a las que me convocan: desde la cena de empresa a la de la peña, la comida para compartir décimos de lotería y las reuniones familiares. De fartà en fartà hasta la indigestión final. Esta celebración parece un oxímoron del motivo que figura en el calendario. Consumismo desaforado venía a denunciar mi admirado Ángel Tapiador en su homilía del pasado domingo, olvidando el fundamento principal de la cita, el único si nos atenemos a una religión que la mayoría solo profesamos para coger vacaciones y en el lecho de la muerte.

No negaré el intento forzado para llevar el exordio hacia el tema que (pre)ocupa a esta sección. Digo que, como en Navidad, cuando todo es bonito en torno al Castellón, fluyen los aficionados por doquier y hasta todos van a misa con fervor. He visto salir de marcha a gente --y no tan jóvenes-- vistiendo la elástica albinegra, igual que será color predominante en la carrera San Silvestre y el regalo más esperado para el día de Reyes; las felicitaciones que me llegan suelen acabar con el deseo del ascenso y la rúbrica PPO; incluso muchos aprovechan las reuniones de estos días para hacerse los interesados y sacan a relucir la brillante campaña deportiva. 

Y claro que disfruto de esa expansión, pero advierto enseguida que aún no se ha conseguido nada y hace falta algo más que vivir el momento. Hay que militar. Participar. La entrada de todos los domingos es mayor de la que nos dicen; y la pasión con la que la grada vive los partidos y su comunión con el equipo, es incuestionable. Pero habrá un día que no marcaremos primero, habrá un día que no saldrá todo como nos gustaría, habrá un día en que nos entrarán ganas de silbar. Y ahí necesitaremos a la afición, no en las fiestas y en los momentos de orgullo fácil. Para las cuestas arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las bajo.

la copa. Uno de esos debates de sobremesa durante estos días tan empalagosos radica en la conveniencia de olvidarse de Osasuna y de la Copa del Rey, para centrarse en la liga de esta maldita tercera división y conseguir el ascenso directo. Priorizar, me asalta mi contertulio entre sorbo y sorbo de un  Mcallan 12 años que parece revestir de autoridad cualquier argumento. No comparto el razonamiento, pero sí el whisky.

La Copa tiene un sabor especial --perdón por el juego de palabras--, más próximo al romanticismo al que siempre apelamos que al mercantilismo imperante. Ni el más forofo de los aficionados soñamos con conquistar el torneo más antiguo del fútbol español con 90 ediciones acumuladas, aunque atisbamos la posibilidad de acortar el camino en nuestra trayectoria hacia el fútbol profesional. Esto es, volver a ver a los grandes en Castalia, y Osasuna es un escollo que se puede superar.

Una derrota contra el actual subcampeón entra dentro de la lógica. Pero en fútbol no la hay. Así que no tenemos nada que perder por ir a por todas. Me resisto a hablar de titulares y de suplentes después de que me convencieran de lo contrario el día del Oviedo, mas podríamos convenir en elegir los jugadores más en forma en el momento que nos ocupa sin renunciar por ello a la liga. Osasuna tiene un partido vital para su permanencia el jueves anterior, y esa sí que es una prioridad. No cuesta nada intentarlo, porque la gesta de eliminar a un primera es la mejor forma de consolidar el sentimiento y un lleno la mejor forma de reivindicar la ampliación del estadio para ese futuro que merecemos.

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