VIVIR ES SER OTRO
Ficcionar y opinar
Pese a que hay escritores maravillosos, su opinión a veces me importa un carajo
Mario Vargas Llosa anunció hace poco su retirada de las columnas de opinión. Lo hace un año después de dejar la escritura de novelas. Resulta curioso que haya abandonado su profesión principal, por la que ha sido reconocido con el máximo galardón posible, el Nobel de Literatura, y sin embargo haya apurado unos meses más una tarea supuestamente secundaria. ¿Es más fácil opinar que hacer ficción, inventar la realidad que describirla? Esta circunstancia me parece una paradoja interesante. Podría meter aquí otra vez la frase que inicia mi libro recopilatorio de estas columnas, pero no quiero ser pesado. Dejo este asunto para otro día.
El autor hispanoperuano llevaba treinta y tres años opinando semana a semana. Su nivel de escritura ha sido siempre excelso. Sus palabras, a veces controvertidas, destilaban experiencia y capacidad de observación, dos cualidades necesarias, imprescindibles, en este tipo de cometidos. Pero a mí no me gustaban demasiado. Quizá se deba a que el tufo político lo invadía todo en exceso, a que el autor de obras superlativas como La catedral, La fiesta del Chivo o La ciudad y los perros tiene para mí una altísima consideración como novelista y es difícil estar a la misma altura en otras facetas. Diría que es uno de los autores más importantes del siglo XX en lengua castellana, un mito viviente, quizá el último de una generación de lo más interesante como fue aquella que se le llamó la del Boom latinoamericano, la que puso la lengua de Cervantes en la primera división de las letras mundiales, pero esta vez gracias a los que usan el castellano en América y no en España.
De Javier Marías, por otro lado, me pasaba justo lo contrario. Admiraba su narrativa de opinión por encima de sus novelas, donde, y es curioso, gozaba de una reputación inmensa que lo incluía como único hispano aspirante al Nobel.
Luego tenemos a Alberto Olmos, columnista que leo con asiduidad por su tono distendido, pero cuyas novelas no me veo nunca capaz de acabar.
De Juan José Millás, autor de esta casa, no sé con qué quedarme; la calidad de su prosa no decae sin importar qué escriba.
Malas personas
Y, bueno, basta ya de ejemplos. Esta columna iba a ser sencilla —y aún puede acabar siéndolo—: solo quería dejar constancia de que, pese a que hay escritores maravillosos, su opinión a veces me importa un carajo y no va a impedirme que lea sus obras de ficción con gusto y placer. Y que también pasa al revés. De la misma manera, tenemos buenos, excelentes, novelistas que son malas personas. Pero, ojo, también ocurre lo contrario y con una frecuencia que, por fortuna, es infinitamente superior: buenas personas que son pésimos novelistas. No voy a citar nombres; seguro que ustedes también conocen alguno.
Y es que escritores, o dicho de otra manera, «gente que escribe», la hay para parar un tren. Lo mismo que bona gent, pero los que destacan son minoría escasísima: los escritores magníficos y la mala gente. Esto supone un problema en el segundo caso y una suerte en el primero.
Luego pasan las cosas raras de la vida. El autor citado al principio, Vargas Llosa, alcanzó la máxima popularidad en su larga vida cuando se convirtió en pareja de Isabel Preysler, que en este país es algo así como lograr la cima de las conquistas femeninas, algo solo al alcance de grandes mitos como Julio Iglesias. Obtener los favores de la llamada Reina de Corazones ya saben que está muy por encima de cualquier otro reconocimiento, incluido, por supuesto, el Nobel. La filipina ensombrecería hasta los logros de Leo Messi si se liara con él. ¡Faltaría más!
Editor de La Pajarita Roja
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