Al contrataque

Guatemala, tan cerca

Bernardo Arévalo acaba de ser elegido presidente en unas elecciones con una elevada participación

Paco Mariscal

Paco Mariscal

Con una lentitud que apenas se percibe, se alarga la luz y retroceden las sombras invernales. Es una realidad que nuestros padres y abuelos, junto al Riu Sec, dejaban y dejan reflejada en una expresión popular: «Després de Nadal, el día avança a pas de pardal». No eran nuestros ancestros gente entendida en asuntos relacionados con la astronomía o la matemática de las constelaciones; eran, sin embargo, atentos observadores de una realidad que ordenaba en el tiempo sus tareas agrícolas.

Los pueblos precolombinos sí conocían la astronomía y su matemática. El calendario de los mayas --en la actual Guatemala y gran parte del sur de México-- era mucho más preciso que el calendario gregoriano que utilizamos en la actualidad. Es un hecho histórico que dejó plasmado de forma magistral el Premio Nobel, y guatemalteco, Miguel Ángel Asturias. Y a este atolondrado plumilla, le evocaba la memoria estos días pasados la realidad guatemalteca que vislumbró hace varias décadas en la literatura del escritor mencionado. Y cuando se conoce un pelín una realidad como la de los pueblos hermanos e hispanos que habitan Guatemala, se crean lazos afectivos con esa realidad.

Porque Guatemala, con cuyo nombre aquí solemos hacer un desatinado juego de palabras --lo de Guatemala y Guatepeor-- significa tierra de árboles o bosques; situada en el norte del enorme istmo de Centroamérica, alcanza alturas montañosas de más 4.000 metros; posee extensos humedales costeros que empequeñece el nuestro en la desembocadura del humilde Riu Sec; se utiliza una moneda llamada quetzal y se acuña con una alusión a la paz; un 42% son mestizos, un 40% indígenas y un 18% blancos; en el país se hablan más de 20 lenguas pertenecientes a otros tantos grupos o identidades sociales, nacionales o históricas: quizás sea el país más multicolor de cuantos existen en el maltratado planeta que habitamos.

Estos días pasados el país centroamericano se convirtió en portada y titular en los medios de comunicación de casi todo el mundo. Y en Castelló del Riu Sec estuvimos casi obligados a mirar hacia allá, hacia Guatemala, y olvidarnos unas horas de los mojones que marcan los límites del término y las partidas municipales. Accedía a la presidencia de la martirizada república americana Bernardo Arévalo, elegido democráticamente, y con la mayor participación de votantes que se conoce. Ni fraude, ni trampas, ni mentiras: con observadores internacionales procedentes de los cuatro puntos cardinales, con testigos de excepción como el jefe de Estado español, con fuerzas y poderes corruptos y agresivos que intentaron frenar la investidura de Arévalo. Un Arévalo que afirma: «No puede haber democracia sin justicia social y la justicia social no puede prevalecer sin democracia». Claro como una lámpara y simple como un anillo.

Pero, a lo peor, hasta en los mismísimos márgenes del Riu Sec, nos tropezaremos con gentes e ideología de la hierba amarga; populismos, en suma, de la extrema derecha, en apariencia democráticos, y que explotan esa apariencia para clavar sus dagas en las espaldas de la libertad, la justicia y la fraternidad. Los tenemos aquí y recorren como fantasmas esta Europa de nuestras dichas y maldades.

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