Opinión | INVENTARIO DE PASIONES

Desesperación

El paso de la DANA arrasó con varias poblaciones valencianas

El paso de la DANA arrasó con varias poblaciones valencianas / AGENCIAS

La política, y sobre todo la extremista, está henchida de emociones. El fascismo se alimenta de los sentimientos más que de las ideas. En una época en que el futuro se antoja caótico, intuyo que los fanáticos ampliarán sus opciones con una poderosa realidad emocional: la desesperación.

A menudo se la confunde con la depresión, pero la desesperación no se limita a un síndrome clínico. Está ligada a la ruptura de los vínculos afectivos o sus expectativas, a lo inevitable y a lo que no tiene remedio; a cualquier final no deseado como la muerte o el hundimiento del propio mundo. También surge del extravío y de lo que no puede entenderse como la nada, la verdad o la mentira. Brota de lo claustrofóbico y lo espeluznante como el ahogamiento, la asfixia, el aplastamiento o las llamas. Hay desesperación ante la locura, la demencia, el cáncer, la amputación, una dosis de crack, las conductas suicidas, el abuso sexual, el acoso o la muerte de un hijo. Nos sentimos desesperados por no llegar a final de mes, por no disponer de una vivienda, ni de un trabajo, ni de amigos.

El teórico Warren TenHouten, en un trabajo rico y sustancioso, defiende que el fenómeno de la desesperación combina la inevitabilidad e irresolubilidad de los acontecimientos con los sentimientos de soledad, sorpresa y decepción. De ahí que se hable del desamparo como una experiencia «última y decisiva» en los desesperados.

Desde mi punto de vista, los afectados por la DANA han sufrido este tormento y muchas de las muertes lo han sido en la desesperación. Aquí me gustaría señalar que el proceder del Estado y, singularmente, el abandono del president Mazón y su gobierno durante el 29 de octubre y los días siguientes, las explicaciones dadas, han agigantado la tragedia al avivar la desesperación social. Una sociedad democrática como la nuestra, que se basa en la integración de poblaciones individualistas en grandes cuerpos políticos como un parlamento o un gobierno, es una realidad cuya existencia no está garantizada. La desesperación de las personas dejadas a su suerte durante la DANA amenaza dicha subsistencia. Hace creíble la trama del Estado Fallido de los movimientos fascistas.

Desde hace algún tiempo, se está produciendo un giro hacia un escenario donde nuestra existencia, tal y como la conocemos, se tambalea o, directamente, se desmorona. Cada vez somos más conscientes de que nuestra forma de vida confortable no perdurará; que las posibilidades de lograr las metas importantes de la vida se han reducido aún más. Peter Sloterdijk avisa que la sociedad está estresada a causa de la falta de sostenibilidad de su modus vivendi. Sobran los motivos que nos invitan a pensar en un cambio de perspectiva en relación con «lo que está por venir» y a «lo que podemos aspirar»; lo que va configurándose es el abandono de los sueños por los que vivir. No cabe duda de que la exposición permanente a situaciones extremas, y a su mala gestión, espolea la desesperación social y existencial de cada uno. Es un porvenir gris negruzco, el color del poema La tierra baldía de T.S. Eliot, cuyo primer verso dice «April is the cruellest month». También es el color de las tierras devastadas de Valencia donde octubre siempre es el mes más cruel.

Desesperación

La desesperación trae consigo algunas consecuencias. Una de ellas fue identificada por los profesores Angus Deaton y Anne Case al estudiar las tasas de mortalidad de la población en EEUU. Descubrieron la presencia de una epidemia invisible de muertes prematuras por desesperación, es decir, fallecimientos provocados por sobredosis de drogas, suicidios y enfermedades relacionadas con el alcohol. Las cifras eran escalofriantes: desde el año 2000 más de un millón de estadounidenses habían fallecido solo por sobre dosis de drogas, opiáceos en su mayoría. En el año 2021, murieron 209.225 a causa de las llamadas «muertes por desesperación». Al llamarlas de esa manera, los autores querían significar el vínculo de esos millones de muertes con la pérdida de un modo de vida para muchos estadounidenses. Ahora sabemos que las muertes por desesperación se producen entre las personas de la clase marginada, pero también en los sectores cada vez más amplios de la antigua clase media. Se trata de personas abocadas al abismo de la indigencia por una sociedad que les da la espalda, que les castiga con la vergüenza y la culpa de no formar parte del club; en definitiva, de ser unos perdedores. John Gray, otro autor al que es difícil etiquetar de anticapitalista, lo dice de una manera menos poética: «Las muertes por desesperación forman parte integral de un sistema económico en el que la mano de obra humana es tratada como un coste desechable del sistema». Si no subestimamos estos análisis, la desesperación tiene avidez por algunos modos de morir que revelan una sociedad perversa y despreciativa, que te devuelve en espejo la imagen de alguien acabado. El movimiento protofascista que lidera Donald Trump ha transformado esa inmensa ola de desesperación en una lengua de fuego.

Hay desesperados que se ponen en manos de Dios y buscan en la religión consuelo para su malestar con la ilusión de otro mundo mejor. Un ejemplo de desesperación cumbre es el Libro de Job donde un hombre piadoso sufre todos los males posibles de Satán ante la mirada de un Dios que le gusta jugar a los dados. Job se aleja de la desesperación porque es un devoto ciego de un Dios abismal.

Hay variantes más o menos exóticas como la magia, las invocaciones, las energías, el espiritismo, la naturaleza, el cosmos, pero también opciones menos divertidas como el Benefactor o el Gran Dictador, orquestadas por los movimientos fascistas y populistas. Aquí, el desesperado se abandona en algo o alguien inconmensurable, inasible, omnipotente que da solución al sufrimiento y un significado a su vida.

La desesperación es una poderosa fuerza centrípeta que nos arrastra a negar la realidad. Borrar realidades traumáticas da consuelo, pero se paga un precio alto por no aceptar un diagnóstico de cáncer, la victoria de Trump o la larga sobremesa del president Mazón el día de la DANA en la Comunitat Valenciana. En relación con esto, provoca cierta incomodidad que algunos científicos, comunicadores y políticos se asombren e, incluso, se enfaden con los negacionistas del cambio climático u otro tipo de verdad científica. Sería prudente dejar de acorralarlos con datos y argumentos científicos, no llamarlos analfabetos y tener en cuenta que estas personas pueden estar empleando mecanismos de defensa inconscientes para mal-llevar la desesperación por habitar un planeta recalentado.

'Fuerza mayor'

En la película Fuerza mayor, su director Ruben Östlund nos cuenta la historia de una familia de vacaciones en una estación de esquí. En la escena más importante, la familia está almorzando en la terraza del hotel y contempla, haciendo fotos, un alud que va acercándose hasta tintar la pantalla de blanco. Thomas, el padre, huye frenéticamente, empujando a la gente y sin mirar atrás. Eva, la madre, se queda protegiendo a sus dos hijos. Entre todas las lecturas posibles del filme, me contento con apuntar, por una parte, que una reacción de los desesperados es la estampida. Thomas, el padre, corre a la desesperada para salvar su vida, aunque suponga el abandono de los suyos. Su huida es un sálvese quien pueda, pisoteando cuerpos y dando sepultura a la pertenencia, el cuidado, el amor, la compasión, la humanidad. Las coartadas que va dando Thomas a lo largo de la película se llevan por delante otros tantos principios morales de las sociedades modernas.

Me parece que los movimientos fascistas conocen bien el efecto estampida de los desesperados y la capacidad de redención de sus autojustificaciones.

Visto más de cerca, la avalancha de mentiras y amenazas tras la DANA en Valencia provoca estampidas digitales que se llevan por delante la posibilidad de una conversación política respetuosa. Algunos bienintencionados sugieren crear anticuerpos que nos protejan de la exposición a la propaganda, pero esa imaginativa solución no nos hará más fuertes ni resolverá las cosas, porque la desesperación ya es absoluta.

Este mundo parece aquel teatro en el que el telón arde en llamas, las bambalinas se desploman y el foso se inunda mientras se representa una obra en la que un personaje, en una situación límite, sentencia: «y solo la desesperación puede salvarnos».

Nunca como hoy las suertes de los hombres han estado tan estrechamente ligadas entre sí, de tal modo que el desastre de uno es el desastre de todos. […] Se nos sugiere que nos defendamos con el egoísmo de la desesperación. Pero el egoísmo no ha resuelto jamás ninguna desesperación. (Silencio en Las pequeñas virtudes – Natalia Ginzburg, 1962)

(Este texto es un homenaje a las personas desesperadas por la DANA. Con toda humildad, les recomendaría el libro del filosofo Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza, donde pueden leer: «La esperanza más íntima nace de la desesperación más profunda». También les sugiero escuchar al gigante Nick Cave, quien enloqueció de pena por la muerte de su hijo y compuso un álbum, Ghosteen, con bellísimas canciones sobre la desesperación).

Médico psiquiatra y psicoterapeuta, catedrático de psiquiatría en la Universitat de València, investigador en el Cibersam-ISCIII e Incliva

Tracking Pixel Contents