Opinión | VIVIR ES SER OTRO
Mi hijo ha marcado un gol
Mi hijo ha marcado un gol. Repito el titular para acabar de creérmelo. En el campo también me costó asumirlo. Chuta un niño, el balón rebota en el poste y allí, agazapado, está mi niño de 8 años, que solo tiene que empujar la pelota. Y lo hace, porque unas semanas atrás, en la misma circunstancia, se paró, pensó y… vino un compañero y le robó el gol. No, esta vez fue él, con calma y pericia, quien lo metió. ¿Y qué hice yo? Llevamos año y medio de fútbol y creía que cuando el chaval marcase me volvería loco, invadiría el campo y el pequeño se sentiría tan avergonzado de mí que ya no se atrevería a chutar a puerta jamás. Pues ocurrió lo menos esperado: durante el primer segundo no hice nada, salvo celebrarlo como un gol más. Necesité de los otros padres, quienes no paraban de decir que mi hijo había metido gol. Solo miraba, extrañamente tranquilo, al campo, a ver cómo lo celebraba. El crío corrió y gritó. En casa había ensayado varias versiones de la celebración, pero supongo que los nervios y la excitación le pudieron. Se limitó a correr como un desaforado. Las celebraciones tienen que ser, antes que originales, espontáneas.
El partido acabó con un precioso 5 a 1. El Drac benjamín obtuvo su segunda victoria consecutiva. Mi hijo, que abrió el marcador, jugó en conjunto su mejor partido, motivado por el hecho de, al fin, sentirse importante. La confianza es vital en el fútbol, en la vida.
Penalti
A la tarde, fuimos a La Cerámica y el Villarreal también ganó, por el mismo resultado: 5 a 1 contra el Valladolid. Euforia total, día perfecto en lo futbolístico. Miento. La jornada estuvo muy lejos de ser perfecta. Y creo que aquí está el intríngulis de la columna. De hecho, al acostarme, en lugar de rememorar el gol de mi chaval, no podía quitarme de la cabeza un hecho sucedido en el partido de benjamines. Hacia el final, con el marcador decidido, el árbitro pitó un penalti a favor del Drac. El entrenador decidió que lo tirase el mejor amigo de mi hijo en el equipo, quien tampoco se había estrenado como goleador. Ya pueden imaginarse el final: pese a chutar bien, trató de ajustar demasiado y el balón salió fuera. El desconsuelo del pequeño resultó irremediable. Ni la victoria ni el hecho de jugar un buen partido también él le apaciguó. Todos los mensajes cariñosos de entrenadores, padres y compañeros de nada sirvieron. Su gesto ceñudo se mantuvo hasta llegar al coche. Pobre niño.
Manda huevos, que la noche en la que me siento increíblemente feliz por mi chaval no me pude quitar de la cabeza que otro niño falló un penalti. Así son de puñeteras las cosas. Con lo fácil que hubiese sido olvidar todo lo demás. Pero no, a veces cuesta apartar el ojo de la pequeña anécdota que sucede en la periferia. En otras ocasiones, para compensar, supongo, ocurre lo contrario, que nos quedamos con el detalle bonito en mitad de la desgracia.
Lo importante, y por eso el niño juega a fútbol, es que más allá de actuaciones individuales, forma parte de un equipo. Ganaron todos, ni unos más ni otros menos. Lo mismo ocurre cuando pierden.
Editor de La Pajarita Roja
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