Opinión | BABOR Y ESTRIBOR

La memoria reciente

Treinta años después, recuerdo nítidamente el momento de darle sepultura a Gregorio Ordóñez en el cementerio de San Sebastián. Asistí con el entonces alcalde José Luis Gimeno, el 24 de enero de 1995. Veinticuatro horas antes el político popular era asesinado con un tiro en la cabeza mientras desayunaba en el bar La Cepa, en pleno centro de la capital guipuzcoana. Un colega de Arnaldo Otegi, hoy aliado del Gobierno de Sánchez, disparó por la espalda y a quemarropa con el consabido «¡Gora ETA!». Franco llevaba dos décadas muerto, la democracia española ejemplarmente consolidada y, sin embargo, la banda criminal mataba más que nunca, a sabiendas de que ya no había piquete de fusilamiento ni garrote. Poco tiempo después, todavía no se había producido el asesinato de Miguel Ángel Blanco, coincidí con un tipo simpático al que me presentaron como pastelero de Pasajes. En un momento de la conversación referí el tiempo desapacible, con lluvia intermitente y viento, durante el sepelio de Gregorio. El pastelero, con sonrisa plácida contestó: «Hizo un día espléndido». E ahí la canallada colectiva, producto de los huevos de la serpiente, símbolo de ETA, hoy camino del blanqueo táctico que en la noche de los Goya, ética y valiente, denunció María Luisa Gutiérrez, productora ejecutiva del premiado filme La infiltrada. Allí estaba Pedro Sánchez, a quien el resto de galardonados regaló los oídos merced esa pátina de progresismo distorsionado por el vaho de una cultura de mesa camilla subvencionada y la concepción de lobby defensor de las esencias de la izquierda. Recordemos a los de la ceja. Eduard Fernández, gran actor, leyó un folio manuscrito y, entre otras cosas, habló sobre la amenaza del fascismo advirtiendo: «Cuidado, que vienen a caballo». Richard Gere descubrió el matonismo de Trump. Aitana Sánchez Gijón siguió la estela de lo que es sabido: «Hay que tener miedo a los nuevos imperialismos y a las limpiezas étnicas». Carolina Yuste, protagonista de La infiltrada, al referirse a la película, siguió en la tónica del gremio y pidió «no usar las heridas de la gente para sacar rédito político». Y así.

Ejecuciones

Volviendo al asesinato de Gregorio Ordóñez, al que hay que sumar la ejecución de otras 852 personas a manos de ETA, ocasionando la banda criminal 2.597 heridos, muchos de ellos con secuelas irreversibles, María Luisa Gutiérrez quiso compartir el premio con la familia del concejal del PP, con la Fundación Víctimas del Terrorismo, Covite, y con todas las víctimas que tras visionar La infiltrada «han dado las gracias». Gutiérrez habló alto y claro ante Pedro Sánchez: «La memoria histórica también está para la memoria reciente de este país», en clara alusión al sanguinario historial de ETA, ahora difuminado en el reverdecer del franquismo, maniobra de distracción del Gobierno y sus socios. Manteniendo la coherencia discursiva, la productora destacó el papel de las fuerzas de seguridad: «Arriesgan su vida por el bien común y por defender la democracia». Una voz admirable, necesaria entre tanto humo.

Periodista y escritor

Tracking Pixel Contents