Opinión | LA COLUMNA

¿Niños? Sí, por favor

José Zorrilla tiene una estatua en Lerma, que le representa sentado en un banco y escribiendo. La otra tarde, con un frío castellano de los que congela hasta las ideas, me puse a leer al lado de esa escultura cuando de repente un niño que paseaba se paró, desconcertado, dudando de si estaba viendo dos estatuas o dos seres humanos. La aparición de sus padres contribuyó a desfacer el entuerto y el chaval se sumó al descojone general, de esa forma desacomplejada que solo ejercemos durante la infancia. El episodio me invitó a rescatar recuerdos de ese tiempo donde todo está por suceder y la sombra del final de trayecto no existe ni por asomo. Jugar a palas con mi padre en la platja Llarga de Tarragona; el accidentado descenso en bici por unas escaleras de piedra, en Santa Agnés de Malenyanes, que casi le provocan un infarto a mi madre; o la enfebrecida búsqueda de caracoles con algunos de mis hermanos tras una tarde de lluvia en Torroja del Priorat. Y todo eso me conectó con la propuesta de que sean retirados de las calles de Barcelona los carteles que prohíben jugar a la pelota.

Fundamental

Una vecina de Sarriá-Sant Gervasi, harta del ruido que hacen los niños en una plaza cercana, presentó una queja; pero no solo no le han dado la razón, sino que le recuerdan que los derechos de la infancia tienen preferencia de paso sobre los del resto. Y sí, ya sé que el verbo jugar tiene mala prensa en el lenguaje adulto, que se identifica con algo banal, sin importancia. Pero jugar es algo fundamental cuando somos niños; y el juego también es ese lugar feliz y seguro al que podemos regresar en cualquier momento. Ignoro cuándo las calles de las ciudades empezaron a convertirse en territorio hostil para los niños, pero no es un buen plan. Inma Marín, la presidenta del Instituto del Juego en España, sostiene que «una ciudad en la que no hay niños en la calle, no es una buena ciudad». Y creo que tiene razón. Por cierto, ponerme a leer al lado de la estatua de Zorrilla, cagado de frío, me costó un gripazo estratosférico. Las imprudencias (y las tonterías) no solo las cometen los más pequeños.

Periodista

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