Opinión | Pensamientos desde el rincón

Habitar las grietas, imaginar el mundo

Hay algo profundamente revelador en la manera en que Richard Powers observa el mundo, con esa mezcla de lucidez y esperanza que no renuncia, aunque sepa que cada vez es más difícil sostenerla sin caer en la ingenuidad. Su reflexión, a través de sus libros, muestra hasta qué punto el sistema en el que vivimos no solo ha transformado el espacio físico, convirtiendo la tierra, el aire y el agua en bienes con dueño, sino que ha moldeado nuestra forma de imaginar la existencia, como si no fuera posible pensar la vida al margen de la propiedad y el mercado.

Y, sin embargo, Powers, durante la charla que mantuvimos a raíz de la publicación de su nuevo libro Patio de recreo (AdN), señalaba un resquicio: las grandes transformaciones sociales —la abolición de la esclavitud, la lucha por los derechos civiles, la igualdad de género— nunca partieron de una mayoría convencida, sino de pequeños grupos que se atrevieron a decir no y a imaginar un orden distinto. En esas grietas silenciosas, casi invisibles al principio, se abre el espacio para una forma de vida que no necesita esperar el derrumbe de un sistema para existir.

Quizá por eso, más que preguntarnos si es posible arrollar el capitalismo o liberarnos de su lógica, deberíamos preguntarnos cómo aprender a vivir con sentido dentro de sus fisuras. Cómo devolver valor y significado a lo que no cotiza: el rumor del agua que no tiene dueño, la belleza que existe sin necesitar ser comprada, la vida que se despliega sin pedir permiso. Porque ahí, en esa recuperación de lo esencial, puede estar la semilla de una transformación más profunda: la que comienza cuando alguien, en silencio, elige vivir de otra manera y logra contagiar ese gesto a quienes le rodean.

Tal vez, como sugiere Powers, no sea necesario empujar al capitalismo hasta su final —que bien podría llegar por su propio peso—, sino que basta con recuperar la posibilidad de imaginar y habitar un mundo donde el agua, el aire y la tierra vuelvan a ser de nadie y de todos. Un mundo en el que, entre el cálculo y la posesión, aún queden resquicios para la belleza y el sentido. ¿Lo intentamos?

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