Opinión | VIVIR ES SER OTRO

Ja el dia és arribat

Hoy empiezan las fiestas de la capital, la Magdalena. Lo que para la mayoría es el comienzo, para algunos es un poco el final. Mucha gente se pasa meses preparando el contenido de la celebración.

Llevo casi desde el comienzo de estas columnas queriendo ir a visitar el local donde se crean los monumentos gaiateros, en concreto el de la número 6, La Farola-Ravalet. Al final, tampoco este año he podido ir, pese a que tenía cita concertada. Quería que mi hijo viese cómo se gestan las gaiatas y, de paso, también yo curiosear un poco y sacar una columna del tema. Pero de nuevo la vida cotidiana se impuso, los exámenes del niño, los picos de trabajo en la editorial, la lluvia… me fastidiaron el poder pasarme por allí. Unos días antes me entregaron el llibret, que no sé por qué se nombra con un diminutivo cuando pesa como tres o cuatro libros normales. El llibrot merecería llamarse. También en su realización se implica mucha gente, que invierte un esfuerzo considerable y le pone altas dosis de cariño.

¿Apreciamos lo suficiente el esfuerzo de estas personas? Supongo que no. Son una gran cantidad de castellonenses los que piensan que las gaiatas son repetitivas y su estética de dudosa vistosidad (ahora viene cuando ya no me invitan más), muy alejadas de la magnificencia de las cercanas y mundialmente famosas fallas. Pero, qué quieren que les diga. Igual que me reconozco entre los críticos a la belleza gaiatera, si se hiciese una votación ni me lo pensaría: me quedo con ellas. Serán menos llamativas, pero son originales y diferentes. Eso también cuenta, caramba. Incluso me gusta su carácter perecedero, aunque luego no se les pegue fuego. En un mundo de intereses, lo absurdo se cuela en la realidad como una brisa que nos recuerda que también lo inútil puede ser bello. De hecho, en eso se centra (o tendría que hacerlo) el arte.

Fechas

Nuestras fiestas no deben competir con nadie. Sobre todo no han de ser una burda imitación de ninguna otra. Puede que me equivoque, pero pienso que jamás se ha debatido esto. Tal vez al inicio, cuando se implantaron a mediados del siglo pasado. Ahora están plenamente consolidadas. A mí lo único que me chirría es la volatilidad de sus fechas, pero eso lo dejo para otra columna.

La fuerza de la Magdalena creo que está en que esto es una ciudad pequeña, cercana; un pueblo grande con ínfulas de capitalidad. Está bien. Defectos, como todos, como todo, tenemos un buen puñado; también cualidades, caramba. Por ejemplo, la dimensión de las fiestas es adecuada: multitudinaria sin que se sobrepasen ciertos límites. Vienen forasteros, pero en su mayoría son cercanos, gentes de los pueblos de la provincia. En verano muchos les devolveremos la visita y nos acercaremos a sus festividades. Todo muy de la terreta.

Son fiestas que sobre todo las disfrutan los niños y los jóvenes. A mí hacía tiempo que me daban un poco igual, pero ahora, con un niño de 8 años, las vuelvo a vivir con cierto entusiasmo a través de los ojos del pequeño de la casa. De paso, llegan a mi mente recuerdos de infancia y juventud imborrables.

Editor de La Pajarita Roja

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