Opinión | Óbito
La guerra del fin de Mario
Sus joyas no se miden habitualmente en número de páginas

Mario Vargas Llosa, en un acto en el Instituto Cervantes. / EP
No se reconoce un cariño cuando es demasiado tarde, es necesario que sea demasiado tarde para apreciar un cariño verdadero, el dolor como medida de todas las cosas. Por eso se comprueba ahora que Mario Vargas Llosa fue el autor más querido de la pléyade del boom, diseñada tal vez por el matemático Borges. En García Márquez se detecta la transposición de Chaplin, el genio sin proponérselo. En Carlos Fuentes, la elegancia intelectual del embajador de Occidente al completo. En todos los casos hay una distancia que salvó el peruano. Era próximo, ni siquiera fue imprescindible su etapa de portadas de ‘¡Hola!’ para aproximarlo, inmediatamente después de haber despedazado ‘La sociedad del espectáculo’.
Hablando de libros, y apartándose por un rato de los caminos trillados catedralicios , perrunos y pantagruélicos, la emoción más profunda que algunos hemos vivido con Vargas Llosa fue ‘La guerra del fin del mundo’, el rescate y transposición de Herodoto, la tarea hercúlea. Escribía tanto, que consolidó la pauta de un título excepcional y otro prescindible. Sus joyas no se miden habitualmente en número de páginas, ahí está su aportación sensacional a la colección ‘La sonrisa vertical’ de Tusquets, un genérico que hoy sería cancelado sin contemplaciones.
‘Elogio de la madrastra’ es un prodigio de orfebrería escatológica, una lección anticipada al desaliento ‘woke’ que hoy exige prohibir y quemar los libros antes de publicarlos.
Párrafo aparte merecerá por siempre ‘La fiesta del chivo’, el relato y retrato impresionante de la República Dominicana del dictador Trujillo que selló el contrato del escritor con el Nobel. Esta novela definitiva escapa a las maniobras para atraparla, es tan perfecta que sería fácil convencerse de que nunca ha existido, y de que solo fingimos recordar que la leímos para garantizar que existe el libro perfecto. Llegó cuando la escritura empezaba a no tener valor, define el compromiso de su autor como los goles de un delantero otoñal. Es la obra maestra de un gigante que vivió enredado en su personaje, cubriendo varias posiciones a la vez, obsesionado con su dimensión pública, inmune al rechazo que le manifestó la política del voto.
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