Opinión | EDITORIAL

Ejercicios de supervivencia

Los gobiernos de coalición no parecen fáciles de manejar. Seguramente no lo son en ninguna parte del mundo, pero por lo que vemos aquí, mantener la estabilidad interna entre PSOE y Sumar, cuando precisan además del apoyo de un puñado de grupos externos para aprobar cualquier iniciativa, se presenta como una tarea que requiere más paciencia, sangre fría y flexibilidad de la que cabría imaginar. Esos ejercicios de contorsionismo político para seguir en el poder obligan no solo a transaccionar con terceros sino también a algún tipo de habilidad práctica para mantener la paz interna. Aun sabiendo, como se sabe, que a Sumar no le interesa romper el Gobierno y al presidente Pedro Sánchez tampoco que los de Yolanda Díaz dejen sus ministerios, el camino de la gobernanza en una legislatura sin mayoría ni para aprobar los presupuestos está resultando espinoso.

Indemnización

El último episodio de tensión interna ha sido un buen ejemplo de ello. Parecían superadas las diferencias sobre el aumento del presupuesto de Defensa, pero sin llevarlo a votación del Parlamento para que no se vea la soledad de los socialistas, cuando estalló la crisis por la compra de balas a Israel por un importe de 6,6 millones de euros. El problema, obviamente, no está en la compra de munición para las fuerzas de seguridad del Estado ni en la cantidad a pagar. Esta misma semana Sánchez anunció un incremento en el presupuesto militar de 10.471 millones. La cuestión radica en el país al que se adquieren esas balas, vetado por el Gobierno desde octubre 2023 para la compraventa de armas por su guerra contra los palestinos en Gaza. La tensión dentro de la coalición de Gobierno estalló en un solo día y ayer Sánchez ordenó que se rescindiera unilateralmente esa adquisición a la empresa israelí IMI Systems, pese a que es muy probable que el Estado español tenga que pagar una elevada indemnización por ello, como habría advertido la Abogacía del Estado.

La decisión de Sánchez facilita a Yolanda Díaz apuntarse un tanto con el que compensar las reticencias desde Izquierda Unida ante el incremento del presupuesto de Defensa. Pero además, si el presidente quería ser coherente con su posicionamiento en la guerra de Gaza y con sus compromisos de veto a Israel, anunciados en el Parlamento, era muy difícil persistir en esa contradictoria compra como si no pasara nada. Parece claro, no obstante, que de no haber mediado la protesta de Sumar el contrato se hubiera mantenido. Es, por tanto, evidente que el presidente del Ejecutivo ha priorizado la continuidad de la coalición a cualquier otro planteamiento, anteponiéndolo, por ejemplo, a la crítica situación en la que queda en estos momentos el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, al que los socios de Gobierno piden la dimisión.

La salida de Sumar del Ejecutivo no hubiera implicado necesariamente el fin de la legislatura, pero la habría dificultado aún más. Sánchez podría haber aguantado con un equipo monocolor solo con ministros socialistas. Aunque esa posibilidad existe, en el caso de que en algún momento llegara a producirse, el Ejecutivo alcanzaría unas cotas de debilidad tan elevadas que sería prácticamente imposible mantenerlo. Se sustentaría solo en 120 diputados de los 350. Una situación inviable incluso para alguien con la personalidad de Pedro Sánchez.

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