Opinión | Pensamientos desde el rincón

El 'poder' de reescribir el mundo

Juan Villoro escribió que «la ‘realidad’ (Nabokov tiene razón: esta palabra ya solo dice algo si va entre comillas) fascina y cansa por su continuo afán de volverse peculiar». Este fragmento es un punto de partida tan irónico como certero para adentrarnos en esa vieja pero siempre vigente disputa entre realidad y ficción en literatura. Si lo real, como me decía Marie-Hélène Lafon en la charla que mantuvimos, es «inagotable, inenarrable e indecible», entonces cabe preguntarse si la literatura realmente representa esa sustancia esquiva o, más bien, la traduce, la reinterpreta, o incluso la crea de nuevo.

Lo primero que habría que considerar es si «lo real» y «la realidad» son sinónimos o si, en ese pequeño desplazamiento lingüístico, se oculta un abismo. La realidad puede ser entendida como lo que nos circunda, lo que compartimos en cierta medida como experiencia común, mientras que lo real tiene algo más profundo, casi filosófico: es aquello que se resiste a ser totalmente comprendido o expresado. Lafon acierta al señalar que lo real es inenarrable, porque la literatura –aunque a menudo se pretenda espejo del mundo– no puede abarcarlo todo, ni en su crudeza ni en su totalidad. Pero en ese intento fallido de narrarlo, en esa limitación inevitable, la literatura alcanza su mayor poder: el de construir una versión.

Nabokov, como Villoro recuerda, desconfiaba profundamente del uso ingenuo del término «realidad». Para él, lo real era ya, por defecto, una construcción, algo en lo que coincido plenamente. Así, la literatura no plasma lo real, sino que lo reinventa, y este poder de invención, lejos de ser un defecto, es la esencia misma de la ficción, porque la literatura no necesita ceñirse a lo vivido para alcanzar lo verdadero. A veces, lo más profundamente humano y reconocible surge de lo imaginado. 

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