Opinión | EDITORIAL

Vulnerables y desinformados

El mayor apagón de la historia de España dejó ayer a todo el país, y a nuestros vecinos portugueses, en estado de excepción. Metros y trenes detenidos, 30.000 personas atrapadas y que tuvieron que ser rescatadas, comercio colapsado, industria paralizada, telecomunicaciones en precario, servicios esenciales dependientes de la existencia de generadores de emergencia... Incluso si se confirma que el restablecimiento de suministro de energía iniciado ayer sigue a buen ritmo, el caos de este lunes ha de servir de aviso de hasta qué punto debemos estar preparados para eventualidades que podrían ser aún más graves. Y como alerta para ser conscientes de que no lo estamos. Sea cual haya sido el detonante que hizo que el 60% de la producción eléctrica del país desapareciera del sistema en cinco segundos, la incapacidad para evitar una incidencia de este tipo y que su resultado sea que todo el sistema eléctrico del país se derrumbe durante al menos todo un día son señales de una falta de previsión inexplicable y aún inexplicada. Ni el Gobierno ni Red Eléctrica Española, la entidad con participación pública que gestiona la distribución de la energía, dieron ayer al final de una jornada caótica explicación alguna sobre las causas de tal colapso súbito.

Por lo tanto, aún no se pueden aventurar conclusiones de los motivos de este desastre. Pero sí es necesario recordar esa fragilidad específica de la infraestructura eléctrica española que este mismo fin de semana analizábamos en estas mismas páginas, reclamando una actitud decidida frente a las reticencias de vuelo corto que han frenado las interconexiones de muy alta tensión con el resto del continente (que han ayudado a remontar el sistema en la isla energética ibérica) y la necesaria ampliación de la red de distribución al mismo paso que la descarbonización incrementa la demanda de electricidad. Aún es pronto, sin conocer qué ha sucedido, para apuntar si alguno de los otros problemas aún pendientes en la transformación energética en la que estamos inmersos pueden haber tenido o no relación: el debate sobre qué formas de generación han de servir de complemento para estabilizar el suministro ante las fluctuaciones propias de las energías renovables, hasta qué punto la política de fijación de precios ha de marcar cuál ha de ser el mix energético en cada momento, a partir de qué momento puede ser prudente plantearse el renunciar a las centrales nucleares...

La tentación de aprovechar lo sucedido para cuestionar, sin tener aún los datos y según cuáles sean los prejuicios o sesgos ideológicos, el proceso de transición hacia las energías limpias o la continuidad de la energía, debería ser evitada. Como la propagación de bulos o informaciones no contrastadas de las que ayer advirtió el presidente del Gobierno. Pero la verdad es que una mayor agilidad y transparencia habría ayudado a evitar los riesgos de la desinformación. Que al cabo de muchas horas de lo sucedido el mensaje oficial se limite a no descartar ninguna hipótesis no hace más que alimentar las sospechas sobre qué error o interferencia puede haber sido la causa y por qué aún no es identificado públicamente. Y si aún no se ha encontrado la explicación eso no es menos inquietante.

Está más que justificado felicitar a los ciudadanos por la actitud cívica mantenida ante el caos en que se vieron envueltos. Pero seguro que no se conformarán si la rendición de cuentas no llega, pronto y con claridad.

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