Opinión | Pensamientos desde el rincón

Nueva York, una herida que no deja de latir

«Manhattan en los años ochenta tenía un latido potente y mareante, pero era como el palpitar de una herida», escribió Denis Johnson en El favor de la sirena (Literatura Random House). Cualquiera que haya vivido –o sobrevivido– a Nueva York sabe que ese pulso sigue ahí, abierto, sangrante, a veces febril. Marina Perezagua lo ha vivido con la piel, con la lengua, con la contradicción que exigen las ciudades donde uno no pertenece del todo, pero tampoco puede marcharse sin escribirlas.

Luna Park, su último libro publicado por la editorial del relato corto por excelencia en español, Páginas de Espuma, es exactamente eso: el relato de alguien que ha amado Nueva York sabiendo que ese amor también castiga. Como decía Lucy Sante en esas maravillosas crónicas recopiladas en Mata a tus ídolos (Libros del KO) al hablar de los años 70, la ciudad era entonces «una mezcla irrepetible de cosmopolitismo y abandono». Hoy esa mezcla persiste, pero ha mutado: al abandono se le suma la vigilancia extrema, al cosmopolitismo se le añade un cansancio identitario, una sucesión de máscaras que cambian con cada discurso.

Lo que hace Perezagua en estos cuentos no es redimir la ciudad ni denunciarla, sino mostrar en cierta forma su laberinto: el racismo cotidiano, la gentrificación anestesiada, la locura disfrazada de rutina. Pero también la ternura, el absurdo, el sexo, la infancia y la enfermedad mental tratada con la crudeza de quien ha visto los márgenes desde dentro.

Nueva York, como personaje, no se deja resumir. Castiga y recompensa, como escribió Colson Whitehead. Es el decorado de la desesperación, pero también de las epifanías. Un parque de atracciones con luces rotas y voces en off. Un lugar que, para muchos escritores y escritoras, sigue siendo el único sitio desde el que resulta posible escribir el mundo. Aunque duela.

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