Opinión | EDITORIAL
La pesca y sus incertidumbres
La pesca del Mediterráneo ha vuelto a colocar sobre la mesa una de las grandes asignaturas pendientes de Europa: la necesidad urgente de revisar y adaptar la política pesquera común a la realidad de sus costas, sus mares y, sobre todo, de las personas que viven de ellos. La visita del pasado miércoles del comisario europeo de Pesca y Océanos, Costas Kadis, a la localidad de Peñíscola no fue una mera visita institucional; fue una oportunidad para que el sector pesquero alzara la voz y exigiera con firmeza cambios estructurales que garanticen su supervivencia.
Durante su encuentro con los pescadores, cofradías y representantes políticos, Kadis recibió un mensaje claro: la situación es insostenible. La reducción progresiva de los días de faena, que ha llegado a límites tan drásticos como los 27 días al año impuestos a algunos arrastreros, pone en peligro no solo la viabilidad económica de las flotas, sino también el tejido social y cultural de pueblos enteros que dependen del mar para subsistir. Se da la paradoja que el sector soporta más restricciones, más gastos, y sin embargo hay más pescado. Esta contradicción revela una desconexión preocupante entre los datos sobre el terreno y las decisiones que se toman desde los despachos europeos. La política pesquera común, que nació con el objetivo de preservar los recursos y garantizar un uso sostenible del mar, necesita urgentemente una revisión. Nadie duda de la importancia de proteger los ecosistemas marinos, pero esa protección debe ir de la mano de la protección de las personas que viven del mar. No puede hablarse de sostenibilidad si se sacrifica la economía de comunidades enteras. La sostenibilidad, recordémoslo, tiene tres patas: la ecológica, la económica y la social. Si una falla, las otras dos también se tambalean.
Invertir en futuro
La pesca ha dejado claro que no pide privilegios. Pide certezas, poder planificar, saber si puede seguir invirtiendo en su futuro o si debe abandonar su oficio, a menudo heredado de generación en generación, por falta de perspectivas. Por eso la demanda de planes a cinco o diez años, con un mínimo garantizado de actividad anual, no es una exageración: es una condición básica para poder vivir. El mar Mediterráneo, ya afectado por el cambio climático, la competencia de flotas internacionales y la presión urbanística, no puede ser gestionado exclusivamente bajo criterios generales, sin considerar sus particularidades.
No hay duda que las comunidades pesqueras del Mediterráneo han sido históricamente muy resilientes. Han sabido adaptarse a crisis, a cambios tecnológicos y a transformaciones sociales profundas, pero ahora se enfrentan a una amenaza distinta: la incertidumbre planificada. No saber cuántos días podrán salir a faenar, no poder calcular ingresos mínimos, no contar con horizontes claros, convierte cualquier decisión empresarial o vital en una apuesta temeraria. Peñíscola, como tantas otras localidades costeras, no solo es un gran destino turístico. Es también un bastión de una economía que no puede permitirse el lujo de desaparecer. La flota pesquera de Castellón representa tradición, empleo, cultura y soberanía alimentaria. Si la política europea quiere de verdad apostar por una pesca sostenible, debe comenzar por reconocer esta realidad y construir políticas desde abajo, con los pescadores y no sobre ellos. Y esto solo es posible con recetas asimétricas y replantear la política pesquera desde una visión integradora y de largo plazo.
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