Opinión | EDITORIAL

Un cónclave abierto

Cuando en la tarde de este miércoles, el arzobispo Diego Ravelli, maestro de las ceremonias litúrgicas, pronuncie la frase Extra omnes (Todos fuera), 133 cardenales con derecho a voto, procedentes de 71 países de los cinco continentes, se encerrarán en la Capilla Sixtina, sin contacto alguno con el exterior, para elegir al nuevo pontífice de la Iglesia católica. También hoy se elevará la primera fumata del cónclave, previsiblemente negra, y las votaciones continuarán en las próximas jornadas hasta que uno de los purpurados obtenga al menos dos tercios de las papeletas. En 2005, Joseph Ratzinger fue elegido en el cuarto escrutinio y, en 2013, Jorge Bergoglio, en el quinto. Es decir, no pasaron de 48 horas. Hoy por hoy, nadie se atreve a vaticinar una hipotética fecha aunque se prevé un largo proceso. La composición del colegio cardenalicio, en el que por primera vez los electores europeos están en minoría, con procedencias, lenguas y tradiciones muy diversas, muchos de ellos más enraizados en sus iglesias locales que en la Curia vaticana, puede complicar una elección que en principio debería estar marcada por el signo del pontificado del papa Francisco, que designó a la gran mayoría de los hoy electores.

En las congregaciones de los últimos días (los encuentros de los cardenales previos al cónclave) y en las entrevistas que muchos de ellos han ofrecido a los medios de comunicación, la mayoría de ellos han destacado la figura de Bergoglio y sus intentos de renovación de la institución. Poner el acento en el diálogo ecuménico, fijarse como propósito la sintonía con los más desfavorecidos de la sociedad, promover la mayor presencia de laicos y mujeres en las más altas esferas del Vaticano y el entorno del previsto Sínodo, acordar la necesidad de una evangelización acorde con la misericordia y, no menos importante, promover actuaciones como la lucha contra la pederastia y la reflexión sobre el celibato, la acogida de homosexuales o divorciados en el seno de la Iglesia o el enfrentamiento con la deriva populista mundial, son marcas del pontificado de Francisco. Y dar pasos atrás en cada uno de estos frentes no provocaría más que una inmensa decepción entre gran parte de los fieles católicos y quienes, extramuros de la Iglesia, habían visto con simpatía su magisterio. Sin embargo, están presentes los temores a una polarización bajo amenazas de un cisma que los sectores ultraconservadores, ostensiblemente contrarios al papa argentino, no han tenido reparo en anunciar. No pocos cardenales se han referido prudentemente estos días a esta circunstancia, con llamamientos a la unidad.

Lógicas internas

Aunque el debate no responde a esquemas ideológicos laicos sino a lógicas internas que escapan a la simplificación, la Iglesia escoge papa con opiniones confrontadas en su seno y en un entorno mundial de crisis de la democracia y ascenso de actitudes claramente autoritarias. Tendrá que decidir qué papel jugar en la geopolítica internacional, no solo como referente para los creyentes sino como una institución de referencia moral con alcance global. Los cardenales alineados con las tesis más retrógradas no son mayoría pero podrían provocar un atasco en las votaciones que derivara en una solución de consenso. Es decir, un papa más moderado y de edad avanzada. Está todo por ver. El secretismo atávico del cónclave se alargará hasta que veamos un hilo de humo blanco en la chimenea de la Capilla Sixtina.

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