Opinión | EDITORIAL

Incertidumbre 80 años después

Europa conmemora el 80º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial en un clima insólitamente diferente al dominante a partir de la contribución determinante de Estados Unidos en la derrota del nazismo, la consolidación del vínculo atlántico mediante el Plan Marshall y la fundación de la OTAN en 1949, la articulación del proyecto europeo a partir del Tratado de Roma, firmado en 1957, y la lógica política de la guerra fría. Un veloz cambio en las relaciones entre los estados, el regreso a la Casa Blanca de Donald Trump, el desafío de la Rusia de Vladímir Putin, el auge de la extrema derecha en distintos países occidentales y la revolución de las tecnofinanzas, entre otros muchos factores, llenan el futuro de incertidumbres.

El episodio vivido en el Bundestag, cuando Friedrich Merz precisó dos votaciones para convertirse en canciller de un Gobierno de coalición de democristianos y socialdemócratas, es la última entrega de un porvenir menos previsible que el que legaron los vencedores en 1945. Porque tan importante para el porvenir de Europa ha sido durante decenios el paraguas protector estadounidense como la voluntad europea de construir un proyecto político a partir del eje francoalemán, que en los últimos tiempos se encuentra renqueante.

El concurso de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una democristiana alemana, en la conmemoración del 80º aniversario tiene un relevante valor simbólico, pero el distanciamiento de Estados Unidos tiene una repercusión práctica. Si el bloque aliado apenas sobrevivió a la victoria y la Unión Soviética se convirtió en el adversario por antonomasia del bloque occidental, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, promueve ahora un cambio radical en tal reparto de papeles al buscar el concurso de Rusia para debilitar a China y, de paso, tratar como competidores a los aliados europeos, mostrando unas exigencias desorbitadas en materia de defensa y la guerra arancelaria.

Alerta

Para los países que, como en el caso de España, se incorporaron a la empresa europea mucho después de que echase a andar, está por esclarecer qué efectos puede tener el cambio de paradigma. Dentro de la transición española, el ingreso en la Unión Europea fue un objetivo compartido por la mayoría, y un factor decisivo en los cambios de todo orden que propició. Por razones diferentes, cabe llegar a la misma conclusión cuando la mirada se dirige a los países del Este que, hasta 1989, formaron parte del bloque soviético, pero los ejemplos de Hungría, Eslovaquia y, probablemente, Rumanía, obligan a estar en máxima alerta ante la decantación de algunos socios, proxies de facto de Rusia y sus planes expansivos.

Hay en todo ello, en esas incertidumbres de futuro, riesgos ciertos para la estabilidad a escala mundial, en general, y europea, en particular, con la guerra de Ucrania en primer término desde hace tres años. De forma que, muchos años después, continúa siendo vigente la proclama de 1950 de Robert Schuman, uno de los padres del Mercado Común: «La paz mundial no estará salvaguardada sin esfuerzos creadores a la altura de los peligros que la amenazan». Es fundamental no olvidar las lecciones que nos ha ido dando la historia.

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