Opinión | COSAS MÍAS
Gastronomía complaciente
Me gusta salir a cenar con mis amigos a locales conocidos en los que se esté a gusto y ofrezcan una buena carta de platos con sabores diversos y apetitosos. Y es que a la entrañable relación de amistad, que conlleva algazara, afectos compartidos, afinidad, alegría y apego, se une el atractivo gastronómico del buen yantar. Es un buen referente que anima la convivencia grata. Así sucedió en una cena que llevamos a cabo dos parejas, hace unos días, en un local de la plaza Na Violant d’Hongria, frente a los históricos murales cerámicos de Rafael Guallart.
Nos atendieron con cordialidad, esmero acrisolado y simpatía a raudales, ofreciéndonos un menú tan gustoso como bien condimentado, compuesto por unas crujientes frituras de pescado a la andaluza y unas muy paladeables tortillitas de camarón. El hada madrina que condimentó los platos era una bella colombiana, a la que, no sé por qué extraño sortilegio, se le había adherido el primor de los guisos del territorio al sur de Despeñaperros. Precisamente de esa zona era el animado camarero, del sur de la piel de toro ibérica, que aportaba chispa cañí. Por si faltaba algo el dueño, un tipo encantador, pendiente en todo momento de nosotros, logró que la velada fuera perfecta. ¡Ah!, el precio más que razonable. Y llegado a este punto, uno se pregunta: ¿Cómo puede disfrutar tanto uno de un ágape sin excesivas pretensiones? Pues, fácil, poniendo nota a los restaurantes que visita.
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