Opinión | Pensamientos desde el rincón
Refugios climáticos culturales, sí, pero de verdad
El verano aprieta y las instituciones culturales se reinventan. Algunas con lucidez, otras con prisas. Este año, el concepto de «refugio climático cultural» se ha puesto de moda —ya saben, ese intento de ofrecer cobijo frente a las altas temperaturas desde el abrigo simbólico y literal de la cultura—. El problema no es la idea. La idea, de hecho, es excelente. El problema es cómo se interpreta. Cómo se ejecuta. Qué se entiende por cultura. Qué se considera necesario. Qué se deja fuera.
El Auditori i Palau de Congressos de Castelló, bajo la tutela del Institut Valencià de Cultura (IVC), ha anunciado su particular refugio climático: un horario concreto, unos sofás, agua fresquita, wifi, zona de cargador de móviles y… libros. No se dice cuáles, pero, bueno, libros. Parece más la sala de espera de una mutua con pretensiones que un espacio donde la ciudadanía pueda experimentar la cultura como un derecho, como un proceso vivo, como una herramienta de transformación.
Contrasta —y mucho— con lo que otros centros, como el Museo CA2M en Móstoles, han puesto en marcha bajo la misma etiqueta. Allí, sí hay programación. Sí hay pensamiento. Sí hay contenido. El refugio no es solo físico, también simbólico: un lugar desde el que pensar el mundo, desde el que vivirlo de otra manera. Porque la cultura no es el decorado. No es el sofá. Es el guion. Y, en todo caso, también el conflicto.
Pensar que abrir las puertas de un edificio cultural, sin más, es ya hacer cultura, es confundir el recipiente con el contenido. Y no se trata de llenar por llenar. Se trata de proponer. De construir relaciones. De interpelar. Un centro cultural no es solo un lugar donde se «está», es un lugar desde el que se «es». No es una colección de objetos ni un puñado de sillas: es un marco de posibilidades, una forma de memoria activa, una negociación constante de lo que somos.
Cultura no es asistencia. Es acción. No es decoración. Es confrontación. No es consumo. Es participación. Si el refugio climático es solo una sala con aire acondicionado y un par de enchufes, no estamos haciendo cultura. Estamos haciendo inmobiliaria.
Las buenas ideas no bastan si no se acompañan de pensamiento. Y el pensamiento, a veces, incomoda. Quizá por eso se evita.
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