Opinión | Pensamientos desde el rincón
Lo pequeño también es mundo

Remedios Zafra, László Krasznahorhai y Paco Cerdà, protagonistas de la actualidad literaria. / MEDITERRÁNEO
«[…] Estaba equivocado. Porque luego comprendí que no existe diferencia entre yo y un insecto, entre un insecto y un río, entre un río y el grito que lo cruza. Todo funciona de manera vacua e irracional, por la fuerza de una interdependencia y de una oscilación salvaje y atemporal…». László Krasznahorkai, Tango satánico (Acantilado; traducción de Adan Kovacsics)
Hace unos días, tres noticias literarias coincidieron en el calendario y resonaron, de manera inesperada, en mi memoria: Remedios Zafra, Premio Nacional de Ensayo; Paco Cerdà, Premio Nacional de Narrativa; y László Krasznahorkai, flamante Nobel de Literatura. Los tres, de algún modo, se han cruzado en mi camino. A los tres he tenido la fortuna —y el privilegio, aunque esa palabra haya perdido brillo— de escuchar, de conversar, de compartir unos minutos que hoy recuerdo como si fueran una forma de aprendizaje.
No es habitual que desde Castellón —una provincia que a menudo pasa desapercibida en los mapas simbólicos de la cultura— uno pueda acercarse a esas mentes que piensan el mundo con una lucidez tan radical. Pero ocurre. A veces ocurre. No por azar, sino porque la literatura, la reflexión, el pensamiento y el arte abren grietas en la geografía y nos igualan a todos.
Recuerdo que Zafra hablaba de los cuidados y de la necesidad de repensar el trabajo en un mundo hiperconectado y cansado. Que Cerdà insistía en mirar a las personas que no salen en los titulares, en dignificar lo invisible. Que Krasznahorkai, con su prosa hipnótica, nos obligaba a aceptar que el caos también forma parte del orden natural. Y pienso que, sin saberlo, los tres dicen lo mismo: que lo pequeño importa.
Esa idea me persigue desde hace tiempo. Lo pequeño —un gesto, una conversación, una ciudad sin aspavientos— puede contener la misma verdad que lo grande. Lo local no es una forma menor de lo universal, sino su raíz. Desde esta esquina del Mediterráneo, donde la cultura muchas veces sobrevive más que florece, constato que la distancia entre Castellón y Budapest o Madrid, entre un insecto y un río, no es tan grande como parece.
Porque en esa oscilación de la que hablaba Krasznahorkai —esa interdependencia que une lo visible y lo invisible—, también hay un lugar para quienes escuchan, para quienes leen, para quienes intentan comprender el mundo desde los márgenes. Y quizá ese sea el mayor privilegio de todos: comprobar que, incluso desde lo diminuto, se puede rozar lo inmenso.
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