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Opinión | EDITORIAL

Resignificar el 12-O

El 63% de los españoles considera que la forma de celebrar la Fiesta Nacional de España debería adaptarse a los tiempos actuales. Curiosamente, según la encuesta del GESOP para los diarios de Prensa Ibérica, los jóvenes ven algo menos necesario ese cambio (baja al 58%) y el apoyo a la reforma crece en las franjas de edad más avanzada (sube al 65%). Será porque para los que vivieron en tiempos de la dictadura aún resuenan los ecos del Día de la Hispanidad, o más atrás aún, del Día de la Raza. La manera de celebrar la Fiesta Nacional de España ha cambiado, pero los elementos centrales siguen siendo los mismos, el desfile militar, común a las costumbres de nuestros vecinos, y la recepción del Rey en el Palacio Real. Quizás sería necesario más que suprimir nada, añadir algunos elementos ligados a las Cortes Generales, que tienen el protagonismo exclusivo el Día de la Constitución, o dar alguna presencia a las comunidades autónomas. Las celebraciones del 12-O están despojadas de toda simbología anterior a la Constitución, pero no se han enriquecido con ella. Y quedan de esta manera algo desangeladas hasta el punto de atraer solo a un público ideologizado que se dedica a silbar a los representantes de las instituciones sin apenas distinguir ni siquiera el signo político o el talante.

Los padres de la Constitución no quisieron bloquear las transacciones de la transición por cuestiones simbólicas. Una vez que la oposición aceptó la monarquía y la bandera rojigualda, el resto se dejó en manos del paso del tiempo. Y la consecuencia ha sido que los símbolos nacionales se han ido tiñendo progresivamente de connotaciones ideológicas. Esta navegación sin tripulación nos ha llevado ahora a un puerto inesperado, los jóvenes que no vivieron la dictadura y se sienten identificados con España se han adherido a unos símbolos que han acabado llevándolos a una ideología radical que, además, es ahora hegemónica nada más y nada menos que en Estados Unidos. Liberales y socialdemócratas deberían reflexionar. Quizás en lugar de confrontar con esta tendencia por razones puramente electorales, deberían pensar si no valdría la pena resignificar esos símbolos nacionales y vincularlos a las sensibilidades democráticas. No es tarea fácil ni da réditos a corto plazo, pero sería una manera de revitalizar la democracia y de incorporar la diversidad de España a la simbología nacional. Quizás un primer paso sería fusionar la fiesta del 12-O con la del Día de la Constitución. De lo contrario, cuando los más jóvenes quieren adherirse a unos símbolos nacionales como lo hacen sus coetáneos de otros países o incluso de algunas comunidades autónomas, quedan huérfanos o arrinconados en la extrema derecha. Esta orfandad quizás explica mejor la desafección de los jóvenes que el simplismo de atribuir todos los males a las redes sociales evitando exigir responsabilidades a políticos o a maestros, por ejemplo, porque tampoco se ha sido capaz de inculcar un sentimiento de ciudadanía en ese marco, como sí hacen, por ejemplo, franceses, italianos o portugueses. Y eso nada tiene que ver ni con el adoctrinamiento ni con la laicidad exigible al Estado. Los sentimientos no se pueden negar ni se puede actuar como no existieran lo que hay que hacer es dotarlos de un significado acorde con los valores democráticos.

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