Opinión | EDITORIAL
Salud mental, 25 años después
Hace un cuarto de siglo Castellón abrió un espacio de atención y acompañamiento a personas con problemas de salud mental. Aquella iniciativa, nacida en un contexto de escasa sensibilización social, marcaría el inicio de una forma diferente de entender la rehabilitación: no como un proceso aislado o clínico, sino como una reconstrucción de la persona que involucra al propio individuo, a su entorno y a toda la comunidad.
Desde entonces, la mirada sobre la salud mental ha cambiado, aunque no tanto como quisiéramos. Es verdad, hoy se habla más, se investiga más y existen más recursos, pero el estigma sigue presente, muy a pesar de los propios afectados y de muchas familias. Aún cuesta reconocer la vulnerabilidad, pedir ayuda o aceptar que cuidar la mente es tan necesario como cuidar el cuerpo. La sociedad avanza, pero a un ritmo desigual, y la salud mental continúa siendo uno de los grandes desafíos del bienestar colectivo. Lo vimos durante el pasado periodo de pandemia, cuando el problema se desbocó y lo seguimos viendo cada día. Los problemas mentales graves suelen aparecer en etapas tempranas, en momentos en los que la vida se abre camino y la identidad aún está en construcción. En ese instante, la intervención temprana puede marcar la diferencia entre la recuperación y el aislamiento. Por eso la prevención es fundamental, y empieza mucho antes de los diagnósticos. Empieza en la escuela, en la familia, en la conversación cotidiana. Enseñar a los niños y jóvenes a reconocer lo que sienten, a pedir apoyo sin miedo, es una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo.
Las presiones laborales, la soledad urbana, los nuevos hábitos de consumo de un ocio marcado por las imágenes de impacto y el ritmo frenético de la vida moderna han hecho más visible una realidad que ya existía. Cada vez más personas experimentan ansiedad, depresión o agotamiento emocional. Y aunque el tema se ha incorporado al debate público, persiste la tendencia a banalizarlo o reducirlo a una moda.ablar de salud mental no es un eslogan, por mucho que se insista desde diversos ámbitos, sino una necesidad social. Requiere recursos, políticas públicas estables y una red de apoyo que no dependa de la buena voluntad o de campañas puntuales.
Actitudes
En Castellón, como en muchas otras ciudades, existen profesionales y entidades que trabajan con rigor y compromiso para ofrecer ese acompañamiento. Centros que ayudan a reconstruir proyectos de vida, talleres que fomentan la autonomía, programas de inserción que devuelven la confianza. Pero detrás de cada iniciativa hay una pregunta de fondo: ¿qué papel jugamos los demás? Porque la salud mental no se protege solo con terapias, sino con actitudes. Con empatía en el trato, con comprensión en el trabajo, con espacios públicos más humanos. El reto de los próximos años pasa por derribar los muros que todavía aíslan a quienes sufren. Por hacer de la inclusión un hábito y no un gesto excepcional.
Este mes, con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, Castellón vuelve a llenar su agenda de actividades, charlas y encuentros. Son actos simbólicos, pero necesarios. Nos recuerdan que la salud mental no es un tema de especialistas, sino un asunto que trasciende a nuestra vida diaria. Veinticinco años después, aquel impulso pionero sigue siendo una referencia y una llamada a la acción. No se trata solo de mirar atrás con orgullo, sino de mirar hacia adelante con responsabilidad y compromiso.
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