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Opinión | AL CONTRATAQUE

Castellón, hogar público

Decía Tierno Galván que todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y nuestra ciudad, el hogar público. Me gusta la cálida sensación de pasear por las calles de mi ciudad como si estuviera caminando por los pasillos de mi casa; me gusta ver crecer Castellón con nuevos parques, colegios, monumentos… como me gusta ver crecer a mis hijos. Igual que con ellos, disfruto cada cumpleaños: el pasado 8 de septiembre mi ciudad cumplió 774. Aunque se acerca al milenio, su piel de cerámica sigue luciendo tersa y dorada, manteniendo intacto el aroma a sal y azahar.

Algunos dicen de Castellón lo que decía Onetti de su Santa María: «Aquí nunca sucede nada». Les sugiero que pongan el oído en una de las caracolas del Mediterráneo para que puedan escuchar el eco de las olas del tiempo: un descubridor de cometas y nebulosas (Pierre Méchain) viviendo y muriendo en la Casa del Barón de la Pobla, el vuelo de la Panderola entre nubes de carbón y raíles húmedos, la primera proyección del cinematógrafo en el Teatro Principal, el doctor Lahuerta salvando vidas con ampollas de penicilina, la nevada del 46, Charlton Heston viendo a su hijo Fraser vestido de El Cid en el Pregó infantil.

Castellón, gran familia numerosa preñada de historia: el Fadrí (el soltero más amado de la provincia), el Faro del Grao con su ojo nostálgico que no mira el mar, sino el pasado… Modernista y moderna en la plaza de la Farola, el TRAM, el puente Siglo XXI.

En Los escritos de la anarquía Julio Camba describe nuestra ciudad como «la hermosa capital levantina»; Unamuno dejó escrito que era la capital cultural de los valencianos. Por nuestro hogar público estuvo paseando García Lorca, que recitó La casada infiel en el Salón de la Chimenea del Casino Antiguo. A Baroja le deslumbraron «las calles inundadas de sol».

Castalia

Tierra con dos lenguas, tierra de gigantes: Tombatossals, de tinta, piedra y hierro; Racic, de carne y hueso. Siendo un niño, una noche de luna llena me crucé con él en la avenida Rey don Jaime: al ver la fascinación en mi rostro me guiñó un ojo. Recuerdo también la emoción de observar con mi padre cómo iba creciendo el Nuevo Castalia, que es la misma que siento ahora cuando veo con mis hijos cómo va creciendo la Ciudad Deportiva.

Igual que disculpamos los defectos de nuestros hijos, de la mujer amada, disculpamos los de nuestra ciudad: así, por ejemplo, de los edificios asimétricos podemos decir que tienen una belleza picassiana.

En cuanto pueden, los habitantes de la urbe más hermosa del mundo (París) huyen de ella en busca de mar y montañas, dos regalos naturales, dos milagros, que nosotros, por suerte, tocamos todos los días con las manos.

Cuando desaparece el niño que fuimos y nos convertimos en adultos, las emociones infantiles se quedan guardadas para siempre en el baúl de los recuerdos de nuestro corazón. De aquellas viejas emociones conservo solamente dos: ver cómo Castellón se va haciendo mayor, más joven y bonita cada día; y cómo gana mi equipo cada dos fines de semana bajo el radiante cielo de Castalia (con mi abuelo viendo el partido conmigo igual que cuando era un niño).

Periodista y escritor

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