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Opinión | LA RUEDA

Sabina, cuidado con la rutina

A pesar de que la calificación de la amenaza meteorológica era amarilla, asumimos riesgo y devoción y fuimos al Roig Arena de València para dar gloria a Sabina en su última gira: Hola y adiós.

Por cierto, si hablo en plural, «fuimos», es porque iba acompañado de Tere, mi mujer, y de mi hija Anna, la que junto a su marido Jordi y sus conocimientos de internet, han facilitado que un ceporro tecnológico como yo, que solo sabe comprar la entrada en taquilla, haya podido asistir a la despedida de los maestros Serrat y Sabina.

Pero también decía que fuimos para dar gloria a Sabina. Un dar gloria que según la Academia de la Lengua es reconocer el prestigio que tiene quien, por sus cualidades, provoca deleite en otros. Concepto, el de gloria, que quedó demostrado con la presencia de unas 20.000 personas de todas las edades que, al unísono, aplaudían y cantaban con el propio Sabina las letras de sus canciones. Imposible mejor reconocimiento para un artista.

Alma acanallada

De retorno a casa, y aunque él lo niegue todo, me acordé de algunas de las calificaciones que han adornado su trayectoria: profeta del vicio, Bob Dylan español, ángel con alas negras… Ahora, lo único cierto de Sabina es que aunque su pausada movilidad en el escenario denota que el tiempo pasa, sigue dando el aire de que no te lo vas a encontrar en Benidorm en un viaje del Imserso. Y es que, aunque a su escopeta ya no le queden cartuchos y, posiblemente, ya no visite las casas de las Magdalenas, esas que están cerca de las gasolineras y tienen lucecitas azules, rojas y amarillas, aún mantiene genio y figura y esa alma acanallada que le ha permitido ser el juglar del suburbio y del asfalto, el tipo que mejores letras le puso a la vida y al desamor. Sabina, cuidado con la rutina.

Analista

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