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Opinión | COSAS MÍAS

Pergamino magdalenero

En opinión del ilustre cronista de la ciudad Luis Revest, precisamente al terrible azote que los historiadores medievales denominaron en su día «peste negra», se debe la primera mención, borrosa y única en casi tres centurias, de una romería realizada hasta el cerro nativo de la localidad.

El sentimiento de reverencia hacia el solar originario de un pueblo está especialmente arraigado en toda la civilización occidental ya desde los desfiles procesionales hierofánicos, documentados en Grecia en el siglo V antes de Cristo. La palabra acrópolis hace referencia a ciudad fortificada como testimonio del terreno donde se situaron los primitivos pobladores de la península del Peloponeso. Posteriormente pasó a designar el ámbito en el que fueron construidos los templos a los dioses de veneración popular. El lugar de asentamiento de los antepasados se convertía en un recinto con percepción sagrada, como hoy lo son para nosotros los cementerios, a los que denominamos camposantos. Un siglo más tarde de la fundación de Castellón, sus habitantes tenían como lugar venerable el cerro en el que empezaban a desmoronarse los ya históricos restos del Castell Vell.

En el pergamino, transcrito por el propio Luis Revest, se puede leer que cuanto tiene que abonar el municipio al síndico es «un cafiç de forment a la caritat de la processó del Castell Vell per ço que el consell li fes albarà».

Cronista oficial de Castelló

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