Opinión
Abascal, el general del zafarrancho
Vox tensiona sus pactos con el PP en Castellón, buscando protagonismo y marcar territorio político
Vox, o lo que es lo mismo, Santiago Abascal, ha ordenado a los suyos iniciar el zafarrancho de combate mucho antes de lo previsto. Normalmente, los partidos se encienden cuando se acercan las elecciones; Vox, en cambio, ha decidido sacar los tambores de guerra con mucha antelación. La consigna es clara: atacar, agitar y marcar territorio, incluso a costa de incendiar las pocas alianzas que aún mantiene con el PP.
El primer pacto en romperse por orden directa de Abascal fue el de la Generalitat. Algunos consellers de Vox abandonaron el Consell con lágrimas en los ojos. Pero ya se sabe, donde hay patrón…
En Almassora, el enfrentamiento fue interno: dos de los tres concejales de Vox no soportaban a su compañera y la convivencia se volvió imposible. Elena González se quedó en la oposición y los otros dos decidieron seguir como no adscritos con el PP.
Pero lo de Burriana es distinto. Allí, desde el minuto uno, PP y Vox no se tragaban. La derecha moderada y la ultraderecha han sido incapaces de entenderse en estos poco más de dos años de legislatura. Mención especial merece el ya exedil de Cultura Jesús Albiol, que puso en más de un aprieto al alcalde con una serie de iniciativas, a cada cual más polémica y estrambótica, ligadas todas ellas a esa ideología ultra y rancia.
Con la crisis política que se ha desatado en Burriana, un par de preguntas: ¿Pactará ahora Vox con PSPV y Compromis los presupuestos? ¿Qué dirán sus votantes si el municipio se vuelve ingobernable?
La capital tampoco ha sido ajena a estas tensiones. Esta semana, Vox ha presentado una enmienda al pleno del próximo jueves para modificar una partida de crédito municipal. Proponen que los 60.000 euros de cooperación al desarrollo, que el PP de Begoña Carrasco pretende enviar a una ONG de Palestina, se destine a proyectos en el Grau. En este caso, igual ni prospera.
Más allá de su contenido, en Castelló o en Burriana, la maniobra tiene un claro trasfondo político: marcar distancia, tensar la cuerda y recordar a sus socios que ellos no son meros comparsas.
El patrón se repite a nivel nacional. Los titulares hablan por si solos: Vox aboca a Aragón y Extremadura a un adelanto electoral tras negarse a apoyar los presupuestos del PP. A Abascal le encanta ese ruido. Le fascina el papel de machote político, el de amo y señor que planta cara al adversario, aunque ese adversario sea su supuesto socio. Alimentado por encuestas que lo sitúan como el partido que más crece, Abascal busca con ahínco el sorpasso a la «derechita cobarde». Ese es su objetivo, su único objetivo. Porque a Abascal, en realidad, Pedro Sánchez le da igual. Le da igual que en muchas alcaldías y comunidades autónomas acaben gobernando los socialistas con otros partidos de izquierda.
Pero ojo, a la larga, el espectáculo acaba agotando. Porque la política, también va de resultados. Y cuando los votantes descubran que tanto ruido solo ha servido para facilitar el poder al adversario, puede que el general del zafarrancho se percate de que su ejército ya no le sigue con tanto fervor.
Por cierto, los socialistas cada vez que PP y Vox se pelean lanzan bengalas en una explosión de júbilo. Ven cómo se difuminan las mayorías absolutas de la derecha y cómo los dos únicos partidos condenados a entenderse son incapaces de firmar una tregua mínima. Pero que no se relaman, el bloque PP-Vox sigue sumando en las encuestas. Y la izquierda, lejos de recuperar terreno, se queda mirando cómo el tablero se mueve sin ella.
Javier Abad es redactor jefe del Periódico Mediterráneo
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