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Opinión | A FONDO

Donde el cielo y la tierra se tocan

Coincidiendo con el cuarto domingo de octubre, se celebra anualmente el ascenso en romería hasta la cruz del Bartolo, esa pequeña joya escondida que tenemos cerca y que, a veces, ni recordamos mirar porque nos pasa desapercibida.

Por ello, durante la semana pasada, la cruz ha estado brillado con luz propia, saliendo del anonimato para hacerse visible, gracias a la colaboración del Ayuntamiento de Benicàssim, evidenciando su presencia y recordándonos que llegar hasta allí, puede convertirse en una experiencia inolvidable ofreciéndonos algo único: una vista de altura y un aire catalogado, por la Organización Mundial de la Salud, como de los más limpios del mundo.

Y es que, dentro del Paraje Natural del Desert de Les Palmes, y en lo alto del conocido como pico del Bartolo a 729 metros de altura, se alza la cruz que lleva su nombre. Un símbolo de carácter espiritual y valor paisajístico, que se puede divisar desde cualquier punto de nuestra provincia.

Originariamente, y según las crónicas, fue levantada en 1902 conmemorar el nuevo siglo, aunque como muchos otros símbolos católicos sería destruida durante la Guerra Civil, dejando los restos de lo que en su día fue y alguna que otra fotografía en blanco y negro para el recuerdo.

Años más tarde, en 1985, gracias al empeño de unos cuantos, y la generosidad de muchos, se volvió a levantar, con cerca de 90 toneladas de peso y 24 metros de altura y una imagen más acorde a los nuevos tiempos, pero cumpliendo de igual manera su función original: ser un punto de referencia espiritual para quienes no vivimos de espaldas al Desert de Les Palmes.

Porque quien llega hasta ella, sabe que no sube solo por las vistas aunque el Mediterráneo se abra entero a tus pies, o que en los días más claros esa luz limpia te deje adivinar incluso les Illes Columbretes o, al girar la mirada, puedas reconocer la inconfundible silueta afilada que dibujan es Agulles de Santa Àgueda, un perfil tan propio e inconfundible que, para nosotros, es decir Benicàssim.

Quien sube hasta la cruz, sabe que casi siempre hay algo más, y ese algo más es muy personal. Hay quien busca la sensación de estar un poco más cerca del cielo; hay quien lo vive como un pequeño reto de superación, porque la subida tiene sus tramos duros, sobre todo al final. Pero ese esfuerzo es justo lo que da sentido al último paso, porque cuando por fin llegas arriba el cansancio se borra y queda esa impresión tan rara y tan íntima de estar en un lugar donde el cielo y la tierra se tocan y donde, de repente, todo parece tener otra escala y también otro sentido.

Esa sensación no viene solo de lo que se ve, también viene de lo que se oye o, mejor dicho de lo que se deja de oír, porque arriba se escucha un silencio que te obliga a parar, a respirar, a mirarlo todo con calma y a mirarte tú también. Quizá esa es la parte más valiosa, porque vivimos rodeados de prisa, pantallas y notificaciones constantes, y sin darnos cuenta perdemos el hábito de escucharnos.

Por eso lugares como la cima del Bartolo nos permiten mirar desde lo alto, para poder mirarnos hacia dentro. Una experiencia que cada uno puede vivir a su manera, porque no es solo una excursión, es una experiencia que merece ser vivida.

Cada día somos más quienes tenemos el privilegio de vivir en Benicàssim, un entorno único que debemos cuidar y mimar. Porque más allá de paisajes bonitos y postales perfectas, contamos con un paraje natural, verdadero pulmón verde, fuente de vida y refugio de biodiversidad.

Cuidar el monte

Sin embargo, todavía encontramos actitudes que, lejos de preservar el tesoro natural que poseemos, olvidan de que la responsabilidad de cuidar el monte es cosa de todos: del que no deja basura en los senderos, del que pedalea respetando las pistas; de quien no hace fuego, de quienes educan a sus hijos con su ejemplo y les enseñan a cuidar la naturaleza.

Porque el monte no se cuida solo, es una responsabilidad compartida y si queremos que el Desert siga siendo ese refugio que nos espera con los brazos abiertos, ese espacio limpio y saludable que todos queremos encontrar, debemos entender que mantenerlo limpio no es una opción, es una necesidad y que cada gesto cuenta.

Nadie nos impide que disfrutemos del Paraje Natural, que paseemos por el monte buscando aire puro, silencio y belleza. Pero ese derecho, debe de ir acompañado de un sentido del deber tomando conciencia de la fragilidad del entorno que nos acoge.

Caminemos entre la naturaleza para dejar que el paisaje nos calme, pero no nos podemos ir sin mirar atrás porque el Desert de Les Palmes, ese que tanto nos da, también nos necesita a todos. Así que tomemos conciencia cada vez que lo visitemos en grupo, en familia o solos. Porque cuando cuidamos de la naturaleza, también cuidamos de nosotros mismos. Y si lo hacemos bien, ganamos todos.

Alcaldesa de Benicàssim y senadora

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