Isabel Pantoja (en la foto, el jueves pasado, en Madrid) ha vuelto; la Pantoja, vamos, aunque a ella lo que en realidad le gustaría es ganarse el título de doña Isabel, una señora de la canción española. Tras seis meses guardando las espaldas a Julián Muñoz, exalcalde de Marbella, exesposo de Mayte Zaldívar y examigo de Jesús Gil, Isabel ha vuelto a tomar las riendas de su vida, y ahora es su novio quien ha pasado a un segundo plano.

A la Isabel cantante siempre le ha perdido su empeño en demostrar que es la viuda perfecta, la madre perfecta, la hija perfecta y, ahora, la novia perfecta. La viudez le llegó demasiado pronto, y sólo el impacto que produjo la trágica y valiente muerte de Paquirri libró a Isabel de las críticas. La primera, por la apropiación de un cadáver y un recuerdo. Bien, Francisco Rivera había sido su marido y el padre de su hijo, el simpar Paquirrín, ahora llamado Quico, pero en su derecho a ser la heredera moral --y económica, que tonta no es--, Isabel apartó de su camino a la primera familia de su marido, Carmina y sus hijos, Fran y Cayetano, y también a los padres y hermanos del torero muerto.

Tuvieron que pasar 15 años hasta que Francisco Rivera Ordóñez, a punto de casarse con Eugenia Martínez de Irujo, reanudara la relación con el hijo de su padre y de Isabel Pantoja. La cantante nunca favoreció el encuentro de su hijo con la familia de Paquirri. El convencimiento de la tonadillera de estar en posesión de la razón impidió también que su hijo se viera con su abuelo y sus tíos paternos.

Isabel no ha mejorado. En el mejor de los casos, parece como si su corazón se hubiera vuelto de piedra para no volver a sufrir como lo hizo tras la muerte del torero. La vida le hizo una gran putada y ella se ha protegido de las que pudieran llegar.

LA RELACIÓN CON ENCARNA Sea cual fuera la naturaleza de su relación con Encarna Sánchez y María del Monte --la primera, difícil y vengativa, y la segunda, simple y generosa--, lo cierto es que Pantoja hizo de ellas lo que quiso y más tarde las negó, cual san Pedro de la copla.

Diego Gómez pasó por la vida de Isabel, cual caballero acompañante. Fue un hombre de transición al que olvidó en cuanto se cruzó en su vida ese pedazo de mito erótico llamado Julián Muñoz, cuya mayor cualidad era la de ser alcalde de Marbella.

MARIDO AJENO A Isabel Pantoja se le llena la boca al poder demostrar la solidez de su amor por Julián, olvidándose de que esa unión se construyó en terreno ajeno. Que Mayte Zaldívar, la aún esposa legal de Muñoz, sea la versión madura de Belén Esteban no hace mejor a Pantoja, quien no puede creerse que la mejor manera de demostrar que es una señora sea hacer pública ostentación del marido de otra.

Pantoja juró hace seis meses, ante el público que aclamaba en Marbella al alcalde Muñoz, que iba a dedicarse a él y a su hijos. Ahora saca de nuevo su genio y su talento, que lo tiene, para volver a escena, con un disco de villancicos flamencos y un libro de recetas. Julián Muñoz perdió la alcaldía de Marbella, y Pantoja, la posibilidad de que su hombre le arreglara el futuro. No ha tenido más remedio que ponerse flamenca y recuperar el papel que mejor sabe hacer: ser el hombre de la casa.